Negamos nuestra herencia oriental y hasta nuestra sangre. Se supone que todos somos griegos y hebreos. Pero no entremos en menesteres étnicos y aprendamos a apreciar el arte oriental. No olvidemos que el Oriente «sin duda no existe para el afgano, el persa o el tártaro», como dice un poema de Borges. Pensar en esta inexistencia nos hará romper los prejuicios que tenemos sobre el arte oriental. El arte occidental que más se parece al arte oriental es la música. ¿Por qué? Porque la música es un arte interpretativo, mientras que la pintura, como la literatura, es un arte figurativo o representativo. Los pintores occidentales han aprendido mucho del «lejano» arte y se han orientado con él. Dos grandes corrientes se nos presentan con pincelada grácil: el arte japonés y el arte chino. El pintor chino era un pintor letrado, un amateur, un pintor que pintaba por gusto, por placer. En cambio los pintores japoneses eran profesionales. El chino buscaba la serenidad, buscaba al sabio entre la naturaleza (recomiendo las traducciones que hizo Elizondo de E. Fenollosa), mientras que el japonés buscaba la acción, buscaba al `samurái´. Las pinturas orientales no están saturadas de color y dejan espacios, vacíos, lagunas, aire. Pensemos en algo que dijo nuestro W. Shakespeare:
What seest thou else in the dark-backward and Abysm of Time?
¿Qué vemos en esos vacíos de la pintura oriental? ¿Por qué le tememos tanto al vacío? ¿Por qué siempre tenemos que saturarlo todo? Nuestro arte se fundamenta en dos ideas, en la idea de la «escuela» y en la idea del «estilo». ¿Conclusión? Nos gusta la exacerbación de la personalidad, nos gusta llenar el ambiente con nuestra gracia, con nuestra voz, con nuestros colores, con nuestros chistes. Contrariamente, al oriental le gusta aniquilarse, borrarse, integrarse. Léase el `Tao Te King´ o léanse los `Florilegios´ (Analectas) de Confucio y compruébese lo anterior. Van Gogh amaba el arte oriental y sabía que antes de ser pan tenemos que molernos como el trigo. ¿Molernos? Sí, molernos. ¿Cómo molernos? Interpretando. Interpretar es como aceptar nuestro papel en el medio ambiente. Cito algo de Chang-Wu-Kien (`Tormenta oportuna´):
Maldije la lluvia que azotaba el techo y no me dejaba dormir. El viento maldije que vino a robarme galas del jardín. Pero tú llegaste, y alabé la lluvia cuando te quitaste la empapada túnica, y al viento di gracias porque con sus soplos apagó mi lámpara.
El protagonista nos da varias lecciones: acepta las señales del mundo, no seas deslenguado, aprende a usar la fuerza de la naturaleza a tu favor y sé agradecido. Del arte oriental podemos aprender la síntesis. En cada ideograma chino o en cada pintura japonesa encontraremos una cosmovisión, un conjunto de palabras o de imágenes que cuentan una historia o que proponen una postura espiritual, llamada actitud. Mientras nosotros buscamos la Arcadia, los orientales buscan la paz. Mientras nosotros buscamos encimar estructuras los orientales buscan el centro. A nosotros nos gusta medir las cosas con las varas de la ingeniería y a ellos les gusta medir con el `abacus princeps´, llamado mano. Poetas como Pound han buscado en Confucio el `Cheng Chung Ming´. El `Cheng´ es la claridad de la palabra, la buena expresión. El `Chung´ es la serenidad, y el `Ming´ es la comprensión total. Para alcanzar estas proezas los orientales han fraguado la técnica del `tien´ o punteado y la del `ts´sun´ o textura. Finalicemos. Rubens o Rembrandt podrían representar el arte occidental, pero Oriente no tiene tales iconos, o al menos no en la plástica. ¿Por qué? Porque las imitaciones y las copias del arte oriental son muchas, y son muchas porque reinterpretar es la pasión de los de allá. Después de oír todo esto, preguntémonos:
What seest thou else in the dark-backward and Abysm of Time?
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