La Comunicación de Masas es como los gobiernos. A los pueblos grandes les conviene la monarquía, a los pueblos medianos les conviene la oligarquía y a los pueblos pequeños les conviene la democracia. Pero, ¿cómo saber si un pueblo es pequeño o grande? ¿Cómo saber cuándo una población es una ciudad chica o una provincia crecida? Estas preguntas de la Sociología también son preguntas que tiene que hacerse la Sociología de la Comunicación. ¿Qué impacto social tienen los contenidos que proyectan los Mass Media? O mejor aún y apoyándonos en U. Eco: ¿qué impacto tiene el público sobre los contenidos? Cuando hablamos con un amigo íntimo podemos argumentar durante horas o días para persuadirle. Cuando hablamos con un grupo mediano de personas contamos con horas o minutos para explicarnos. Pero cuando hablamos con millones sólo podemos esgrimir algunos segundos para hablar. Paradoja. Viendo las películas de Sternberg, de A. Mayo, de Berthold Viertel y de los hermanos Cohen aprendemos a utilizar las tres unidades teatrales fundamentales: tiempo, espacio y acción. Hoy, hoy todo queremos cargárselo a la acción y al argumento. «Que el personaje diga», «que el locutor diga», «que una voz diga», «que el protagonista diga», «que se vea», «que se haga», «que se muestre y demuestre», «que aparezca», «que actúe», «que invada», decimos. Pretendemos que todo argumento sea hablado, y olvidamos que los sonidos y que la luz también son cosas que pueden hablar. ¿Por qué decir «nuestra corporación es la mejor» si podemos hacer que nuestra corporación luzca portentosa a través de la luz? Leonardo Da Vinci hacía que los alumnos de su taller contemplaran piedras durante bastante tiempo para que los ojos de sus novatos aprendieran a crear figuras concretas a partir de figuras abstractas. Todo esto nos recuerda un verso de Neruda: «Sólo quiero mirar la boca de las piedras por donde los secretos salen llenos de espuma». ¿Boca? ¿Secretos? ¿Espuma? ¿Tuvo Neruda que explicarnos que las rocas hablan y que la espuma es una prueba de la blanca sinceridad? No. Neruda ha usado magníficamente la unidad del «espacio» para crear una figura. Una escena no es un lugar pintarrajeado y lleno de colores chillantes. Las malas películas y los malos directores se preocupan más por los efectos especiales que por los efectos psicológicos. Una escena es un espacio determinado, uno que tiene las distancias correctas para configurar acciones determinadas (proxémica). Un restaurante puede servirnos para escenificar muchas cosas, y el modo de su utilización dependerá del argumento, de la luz, del guión y de la psicología de los personajes. (Se aconseja leer a Dante para aprender el arte escénico, a Goethe para entender el arte de la trama y a Shakespeare para penetrar en el arte dramático implícito en los caracteres humanos). Si deseamos que nuestra escena sea entendida por millones será imperioso usar las unidades básicas de la Retórica Visual: Evaluación y Potencia. ¿Qué percibe el ojo con facilidad en una escena o rectángulo visual? Cantidades. Kilos, longitudes, sólidos («sólidos geométricos», diría Platón) y pigmentos son herramientas utilísimas para transmitir cantidades. Un traje negro como el pelaje de un gato negro, un hombre alto y cuadrado y ancho y con forma de rascacielos, y un fondo blanco y sólido sobrarán para decir que nuestra empresa es la mejor. No será necesario hablar para connotar «grandeza». Y si quisiéramos vender frescura bastaría un verso del mexicano Bodet: «Va a llover, lo ha dicho al césped el canto fresco del río, el viento lo ha dicho al bosque y el bosque al viento y al río». Como este es sólo un artículo periodístico me será imposible desarrollar toda mi teoría aquí. Sólo quisiera decir que un director de cine es como un cocinero, que debe saber cómo sacar lo mejor de sus ricos o pobres ingredientes. Cito a Chaucer (`Canterbury Tales´): «¡Cómo los cocineros tienen que batir, cribar y majar para transformar la substancia en delicioso accidente!».