Es curioso el contraste de percepción frente a la mediocridad: la reconocemos perfectamente pero como todo lo malo, nos cuesta mucho hablar de ella. Nuestra cultura penaliza lo malo, lo erróneo y hace que vivamos, a pesar de estar en pleno siglo XXI, con la idea ancestral, rancia y ridícula que si hablamos de algo malo lo atraeremos y eso, en el mundo de la empresa actual, es una lacra que atenta contra el desarrollo y la productividad. Por ello, ojo con menospreciar el significado del título, no porque lo haya escrito yo, que eso es lo de menos, sino porque el primero que salta con un «yo no he sido» casi antes de escuchar la pregunta, suele ser el que ha tirado la piedra. Abrir la mente y adquirir conciencia son dos actitudes clave si queremos ser sostenibles como profesionales. El entorno socio-empresarial en el que desarrollamos nuestra actividad diaria vive momentos de divergencia cognitiva que nos ponen en ocasiones en serio compromiso, de ahí la importancia de volver a los orígenes de uno mismo, de reconocerse, de rehacerse y revolucionarse en pos de un día a día sincero, fresco, coherente y orientado a resultados. La mediocridad es como las manchas en la ropa, no las ves hasta que alguien te avisa pero mientras tanto has ido dando una imagen diferente a la que tú mismo pensabas que estabas proyectando. Y luego, en casa, sin nadie que te escuche y nadie a quien engañar, sientes el desasosiego de haberte manchado. La diferencia es que las manchas suelen ser accidentales pero la mediocridad forma parte de la persona, anclada a ella como un parásito cuando el huésped sigue creyendo que es una simbiosis. Y no, no es una percepción. Por definición, lo mediocre es aquello regular o malo en cuanto a calidad, valor e interés, definición clara y concisa que se antoja visible e interpretable. Un ejemplo. ¿Tenemos todos claro que el sueldo mínimo interprofesional en España (764€) es un sueldo mediocre comparado con el de Francia (1.467€)? Si tenemos esto claro, entendemos a la perfección la mediocridad y ya no tenemos argumento, si acaso excusa. Veamos, ¿qué hace que en un país se trabajen más horas que en ningún otro y que se produzca menos que en cualquiera de ellos? ¿qué provoca que grandes empresas de fuera abandonen la financiación de grandes proyectos porque a la hora de obtener el resultado no sólo no aparecen sino que se piden más fondos? ¿por qué llevar un apellido te permite ocupar puestos de gran responsabilidad y vinculación con independencia de tu capacitación en esa materia? ¿Seguimos? Mejor que no. La mediocridad, esa lacra que sigue con el «modo pandemia» activado, además tiene una característica muy especial: parece dotar a su huésped de una especial ceguera competencial que no sólo le impide verse como mediocre sino que entiende que cualquiera que ponga en duda sus «capacidades» es, cuanto menos, enemigo y sus reacciones a ello son la primera muestra de mediocridad. Pero no pongamos cara a la mediocridad, pongámosle solución. Porque a diario la encontramos oculta, acechante, esperando saltar sobre nosotros y arruinaros parte del día. Y no seamos condescendientes ni mediocres en nuestras propias evaluaciones: la mediocridad, igual que muchas otras taras, es muy real. Mina a las empresas y a las personas y urge detectarla y anularla porque llevamos demasiados años instalados en la queja porque no somos capaces de hacer nada por solucionarlo y es más cómo quejarse. Esta irresponsabilidad hace tiempo que nos pasa factura como empresa. La ignorancia es muy peligrosa y la mediocridad suele asociarse a episodios constantes y tóxicos de soberbia e incluso prepotencia. El mediocre nos habla como si no supiéramos nada de nada aunque esté hablando de nuestra especialidad. Sus sensores de realidad no funcionan por lo que genera su propia realidad. Y si por desgracia el mediocre es tu jefe, ésta no distingue jerarquías, deberás interpretar sus puntos débiles y cargarte de un grado de paciencia difícil de asimilar y todo en un acto de auto protección porque en este caso te juegas algo más que la acción del día. Y como decía, no seamos nosotros los mediocres. Tendríamos que preguntaros por qué en tantas ocasiones la vida nos hace tocar la realidad de frente y eso nos crea quebrantos emocionales, ¿será que vivimos en una especie de semi inconsciencia para no apreciarlas? Si nos preguntan, negaremos con rotundidad pero entonces, ¿por qué nos pega la realidad con tanta contundencia? Sin duda estas dos preguntas son deberes de verano para cada uno de nosotros. La mediocridad corroe personas y entidades debilitando sus cimientos con el tiempo y sumiendo al conjunto en un estado latente que impide, en muchos casos, competir con las empresas del sector. Si no empezamos a ser conscientes de la herrumbre y su necesario tratamiento, es posible que no tengamos tiempo de reacción. Vivimos saturados de miedos que camuflamos para que no vean que los tenemos y desgraciadamente preferimos vivir sometidos que comprometidos. Eso es ser mediocre. El compromiso profesional con uno mismo y la empresa pasa por desarraigar esos miedos y mostrarnos valientes frente a la mediocridad. ¿Verdad que el mediocre no teme equivocarse ni lo que piensen de él? Seamos valientes, pero en positivo y actuemos frente al óxido. ¿Cuántas veces habéis visto a compañeros/as dueños de movimientos frenéticos y continuados? Son esas personas que van muy justas y se pasan el día de arriba abajo transmitiendo sensación de volumen de trabajo pero que llegado el final de jornada su rendimiento es un espejismo de lo necesitado y un resultado de lo provocado. Por desgracia, el miedo a la pérdida de empleo hace que muchos profesionales no cualificados para las funciones de su rol profesional usen el mantenimiento del puesto en lugar de orientarse al crecimiento en el mismo. Y qué decir de las excusas, esas salidas dignas de un Emmy si no fuera porque su falta de capacidad les delata y como se dice coloquialmente, ya no cuela. Esas personas que piensan que el mundo es muy grande y está lleno de personas a las que culpar para evadir ellas la responsabilidad. Individuos maquillados que ven como día a día siguen caminando hacia día 30 para cobrar el sueldo que se les paga por ir al trabajo, que no por ir a trabajar. Pero volvamos a la dignidad humana y cojamos perspectiva. La mediocridad es inducida en muchas ocasiones por un desequilibrio entre lo que tengo que hacer y las herramientas propias de que dispongo para hacerlo. Salta a la vista que un servidor es un camarero muy mediocre desde el momento que soy casi incapaz de llevar una taza de algo 5 metros seguidos sin derramarla. Pero mi falta de competencia como camarero es inducida por desconocimiento, si me esfuerzo no dudo que pueda llegar a trabajar de camarero, sólo debo formarme. Lo insostenible y condenable es erigirme como camarero 5 estrellas y contradecir a los profesionales de este segmento. Esa es la esencia de la mediocridad y entre todos debemos esmerarnos en detectarla, aflorarla y erradicarla antes que destruya por corrosión nuestros cimientos. Y esa es también parte esencial de la lacra, la ausencia de compromiso: muchos mediocres no entienden que deben dejar de serlo porque en verdad nada pone en quebranto funcional su puesto y sienten que lo que hacen es lo que hay que hacer. Y si conocéis algún mediocre congénito huid, ahí perderéis la batalla y la guerra. No perdamos la perspectiva sobre la mediocridad, el futuro de las empresas depende en parte de ello.
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