Después de varios años como publicitaria activa me llegó el punto de pensar que no vendría mal refrescarse un poco haciendo un master. Pero ¿cuál? Me puse a la busca y captura de información, recomendaciones y opiniones de compañeros de profesión, antiguos colegas de la facultad y expertos en la materia. Después de semanas dedicadas a esta tarea, elaboré una lista con el ranking de los master que me resultaban más interesantes por unos motivos o por otros. Reconozco que algunos los elegí en función del profesorado que participa en ellos (por qué no admitirlo), miré cuántos leones ganaron en Cannes y en qué agencias trabajan. Contacté con los que estaban en mi lista de nominados a ser el master de mi vida profesional y así fue como empezaron las sorpresas. Algunos no me han contestado, menos de un tercio me enviaron rápidamente los detalles de pago y matrícula; una manera muy elegante de darme a entender que sin soltar la pasta, no hay Master que valga. Un par de ellos me recomendaron que esperara a tener más experiencia profesional antes de matricularme y el mejor de todos, mi favorito, el que coronaba mi lista fue la gran decepción. No solo tardaron más de una semana en contestar a mis dudas sobre el programa y la evaluación del Master, sino que me exigieron acreditar mi titulación universitaria antes de responder a ninguna de las cuestiones que les planteé como alumna interesada en cursar el Master. No me enfadé, al contrario, me alegré de ver claramente desde el primer contacto con ellos, que no pueden ofrecer ningún buen Master en Comunicación si ellos mismos no practican una comunicación profesional. No sufran y no esperen más preguntas de esta insolente que les sacó del café matutino de su rutina diaria pero tampoco me pregunten por qué no tengo más interés en cursar su Master. Imagen cortesía de iStock
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