Ruido. Mucho, mucho ruido. Tacones, muchos tacones. Perfumes, muchos perfumes. Gritos, múltiples gritos. Órdenes de trabajo al mayoreo e ideas al menudeo. Prisas, muchas prisas. Contratiempos que tienen que ser solucionados a contratiempo. Carreras, prisas. Teclas suenan, teclas se callan. Tu café está frío y tu cabeza está ardiendo. Es lunes. La agencia está repleta de gente que no conoces. Clientes que diseñan, diseñadores que escriben, redactores que pautan y un sol infernal, construyen nuestro lunes. Tienes veinte cosas que hacer y no sabes por dónde empezar. Pretendes iniciar por lo más fácil y concluir con lo más difícil. Pero resulta que todo es difícil o fácil. ¿Por dónde empezar? Revisas el sistema distribuidor de órdenes de trabajo y todas las órdenes dicen «Urgente». No sabes si reír o llorar. Inicias tus arduas misiones, pero recuerdas que una junta se atravesará y que dicha junta cortará toda tu inspiración. Te desanimas. No sabes si proseguir o no. Sabes que la junta tardará, al menos, dos horas. Sabes que saldrás cansado de la junta. Parece que eres el único que no sabe lo que tiene que hacer. El presidente de la agencia llega sonriente y fresco, y no sabes por qué demonios está feliz, si todos los clientes están enojados y furiosos y pu… diera ser que alguna cuenta se largue, se vaya, se pierda. Los planeadores te preguntan por el texto que les debes y tú no lo has hecho. Nervios. Sudor. Café. Cigarros. Abres tu libro de Pellicer y no encuentras en él la ayuda esperada. Tus amigos, los redactores y los diseñadores senior, son inmutables, son de acero. Quisieras quitarte el sudor con el maquillaje de la dama de junto. Llevas como publicista cinco años y aún te pones histérico. Sacas una hoja en blanco y garabateas, y trazas, y dibujas, y sólo creas un monstruo. Ha pasado media hora y no has hecho nada. La culpa te aniquila, pero el cínico que llevas dentro te hace fuerte. Se avecina la junta, junta repleta de gráficas, de aburridas gráficas, de gráficas que tienen que transmutarse en spots, en historias, en argumentos. Lo mejor en estos casos es reconcentrarnos durante cinco minutos. Imaginemos cómo queremos que sea nuestro día. Si el trabajo se amontonó, tenemos que hacer lo mejor que podamos. No estamos operando a alguien y nuestros anuncios no tienen que ganar premios todos los días. Calma. Calma. Calma. Que se preocupen los de la O. N. U. y los de la NASA. Hagamos una lista y vayamos tachando las misiones cumplidas. Vale más tener algo a no tener nada. Vamos a la junta con nuestras tareas en la cabeza. Bebamos las palabras pronunciadas en la junta y con ellas hagamos nuestros textos y nuestros diseños. Fluir, fluir sin querer influir, he ahí el secreto salvador. Si no podemos redactar un guión de radio porque estamos en junta, en junta sí que podemos imaginar la locución del locutor. Concentración. La concentración es simplemente el acto de pensar en algo, sobre algo y alrededor de algo. Recuerda que no tienes que estar pegado a la computadora todo el día. Hacerlo, nos mata, te mata. Sé libre, es decir, aprende a trabajar con una hoja de papel y con un simple lápiz. El sudor y el cansancio no traen nada bueno. Relájate y hazlo. Sal de la junta con ideas… casi suspirando, casi flotando. No siempre tienes que protagonizar las juntas. Ensimísmate, arrebújate, protégete, haz tu trabajo mentalmente, como Schumann, que componía sin piano. Hazlo, «haz que se traguen todas sus palabras», citando un poema del pacificador Paz. Buen día, Comunidad Roastbrief.
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