Ayer iba rumbo a la escuela, felizmente escuchando a Fernando Canales, en UltraNoticias, pues él y Alfredo Naime estaban hablando de cine y la verdad es que platican retesabroso, así es que me quedé en el estacionamiento de la uni esperando a que terminara el tema. Por hangas o mangas me quedé un ratillo más y de repente inicia Fernando con la siguiente intervención, que no sólo me atrapó sino que me dejó estupefacta, al grado de que hasta llegué tarde a mi clase. Resulta que hay una “organización” que se ha creado para tratar de compensar lo que la industria de la música ha dejado de ganar por no haberse puesto las pilas a tiempo en la era de la digitalización y la compartición de archivos. Damas y caballeros: con ustedes, la Sociedad Mexicana de Productores de Fonogramas, Videogramas y Multimedia, alias la SOMEXFON. Esta entidad pretende cobrar -con cuotas extraoficiales y arbitrarias- a establecimientos públicos como restaurantes, gimnasios, antros, etc, regalías por la música que ponen para ambientar su negocio. Se sabe que su cacería está basada en la ley y su modelo tiene una réplica española llamada la Sociedad General de Autores y Editores, SGAE (¡ah pa’nombrecitos que se botan!), pero está por de más decir que la forma en la que están acosando y persiguiendo a los empresarios es insultante y atosigadora, como sabemos que lo hacen los licenciaduchos cobrones que ya muchos hemos padecido. El caso es que si tienes un restaurante y te llevas tu colección de discos que has ido recopilando a través de tu vida para reproducirlos en el sonido ambiental de tu propio lugar, un inspectobuitre de la SOMEXFON te puede caer y penalizar por hacerlo, sin importar si tu música es comprada, prestada o pirateada. Bilivitornot, aunque la hayas comprado, te haces acreedor a un citatorio para que pagues lo que ellos determinen que debes pagar. Igual que la SOPA, estamos viviendo tiempos en los que los cambios de esquema apanican a los consorcios y, en lugar de adaptarse y buscar nuevos modelos de negocio, se aferran a lo anterior que los ha enriquecido y de ahí tratan de sacar ventaja. Yo con esto aprendo a que debo de mantenerme flojita y cooperando, que debo de traer la antena puesta para detectar lo que se avecina y prepararme para que no me agarren con los dedos contra el cajón (auch). Pero lo más importante es que debemos saber que hay opciones y que no debemos dejar que el FUD nos atrape (FUD es lo que los gringos llaman Fear, Uncertainty and Doubt) que es de lo que se valen los malditos bullies para amenazar y acosar a sus víctimas. En este caso, las opciones van desde contar siempre con la asesoría de un abogado hasta buscar, por ejemplo, esquemas de musicalización que no requieren de permisos, como las bibliotecas en línea de música libre de derechos o licencias, cuyo acervo proviene de artistas e intérpretes que lo único que buscan es que su música se difunda. Lo peor de todo es que, si un antro reproduce -por ejemplo- algo de los Beatles, lo que el ave de rapiña logre sacar seguramente no va a ir a dar al bolsillo de sir Paul McCartney (aunque en Twitter pregunten que quién es ése), sino a nutrir la avaricia de algún grupo de vivales que, por lo visto, son muy astutos y no tienen llenadera. Ven y comparte tus opiniones. No te quedes callad@. Deja tu comentario o contáctame en Twitter @LaBreton. Besito mua.
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