La extensa y prolífica carrera del músico norteamericano Frank Zappa ofrece lo que, tal vez de manera exagerada, yo llamo lecciones. Lecciones para todos, pero más específicamente para los que nos dedicamos a la comunicación, publicitaria y en general. A ver qué podemos aprender del maestro. 1. La principal característica de Francis Vincent Zappa (1940-1993) es que era un innovador. No porque se propusiera la innovación como meta, sino porque hacía lo que tenía ganas de hacer en ese momento, y eso era casi siempre algo nuevo. Rock puro y duro, jazz, jazz-rock, ingenuas canciones de amor inspiradas en los años 50, canciones decididamente pornográficas, música clásica, óperas rock, musicales al mejor (o peor) estilo Broadway, pastiches concretos de diálogos y breves fragmentos musicales, interminables solos de guitarra; todo esto y más hizo este señor, de quien, para usar una adecuada frase hecha, solo se podía esperar lo inesperado. Esta es, me parece, la primera lección: a Zappa le podía salir bien o mal, pero lo hacía. Probaba, investigaba, volaba, trascendía los límites de cualquier género para reinventarlo, parodiarlo o crear algo nuevo. Y lo hizo sin que le importe la actualidad del mercado ni las imposiciones de los sellos discográficos, lo que, de por sí, ya constituye otra notable lección para nosotros, los seres humanos normales. 2. Entre los muchos enfrentamientos en los que participó se destacan, justamente, sus peleas con las discográficas. Un ejemplo: a mediados de la década de los 70, Zappa creó material para un disco cuádruple que iba a incluir los diversos estilos de su música; el proyecto se llamó “Läther”. Warner Bros. se negó a editarlo pero Zappa llegó a un acuerdo con la compañía Polygram. Cuando los discos iban a salir, Warner lo impidió argumentando que ellos tenían derechos sobre ese material. ¿Qué hizo Zappa? Se fue a una radio (KROQ, en California) donde pasó los discos enteros y alentó a los oyentes a que los grabaran. Después de años de juicios, censuras e insultos cruzados, el proyecto Läther salió como Zappa quería, pero cuando el músico ya había fallecido. No fue su única iniciativa en favor de una democratización digital de la música. Veinte años antes de la aparición del formato mp3, Zappa propuso reemplazar el “negocio de las grabaciones fonográficas” por una “transferencia digital”, a través del teléfono (!) o la TV por cable. Los pagos por regalías, sostuvo, se podrían hacer automáticamente con el mismo software. Años después, calificó a su propia idea de “miserable fracaso”. No llegó a conocer iTunes. 3. Antes de que el concepto fuera tomado y replicado (en gran parte gracias a la tecnología digital e Internet), Frank Zappa utilizó las técnicas hoy tan populares del Cut & Paste y del Mashup. De hecho, consideraba a las cintas de grabación no solo como instrumento musical –lo que ya habían hecho los Beatles a partir de “Revolver”– sino también como una herramienta compositiva. Como grababa de manera obsesiva todos sus conciertos, contaba con una enorme cantidad de material y esto lo ayudaba a suprimir o reemplazar fragmentos musicales en los cuales, consideraba, el tono o el timing no eran correctos. Así, solos de guitarra de una canción eran aplicados a otra, o canciones enteras eran regrabadas con diferentes letras. Uno de los primeros ejemplos del método fue “King Kong”, tema incluido en el álbum “Uncle Meat”, de 1969. De hecho, una versión en vivo de “King Kong”, que dura la friolera de 24 minutos, incluye fragmentos de recitales separados entre sí por más de 15 años. Más adelante, se dedicó a combinar extractos de diversas composiciones para crear nuevas piezas; llamó a este proceso “xenocronía”, es decir, sincronizaciones extrañas (del griego: “xeno” significa extraño; “crono”, tiempo). Los fragmentos en vivo que utilizaba solían representar un momento del recital que para él era sagrado –y que también debería serlo para las marcas: la participación del público, sin la cual Zappa no concebía un concierto. Era un segmento del recital, nunca la performance completa (otra lección atendible) y así lo anunciaba él mismo: “¡Damas y caballeros, llegó el momento de la participación del público!” Esta participación se daba a través de espectadores invitados al escenario, mensajes que estos espectadores le hacían llegar y él leía (era su propio Community Manager) y hasta una invitación a que el público complete una determinada canción. Sobre el final de su carrera, cuando ya no hacía giras, debido a sus problemas de salud, Zappa, que siempre estuvo atento al desarrollo de nuevas tecnologías, descubrió el Synclavier, un temprano sintetizador digital y sistema polifónico de sampling. El Synclavier podía ser programado para tocar casi cualquier composición, por difícil que fuera, y así lo usó Zappa, cuya música era cada vez más intrincada. La lección es clara: la tecnología no como un fin en sí mismo, sino desarrollada para poder plasmar una idea. 4. Frank Zappa no solo mostró ingenio –y genio– en su música; también lo hizo en otras áreas como el cine, el diseño de sus propias tapas (varias junto a su amigo y diseñador Cal Schenkel) y, sobre todo, en los títulos, tanto de las canciones como de los álbumes. Existen hoy websites dedicados a compartir listas de sus títulos más originales, de los cuales más de un redactor publicitario podría aprender un par de lecciones. En algunos casos, el título se desarrollaba en la letra de la canción; en otros aplicaba esos títulos, los más absurdos, a instrumentales que nada tenían que ver con ellos. “America drinks and goes home”, “Broken hearts are for assholes”, “Why does it hurt when I pee?”, “Harder than your husband” son algunos de los mejores títulos de canciones, mientras que en el rubro álbumes, se destacan “We’re only in it for the money”, “Sheik Yerbouti” (un juego de palabras sobre la frase “shake your booty”), y “You can’t do that on stage anymore”, una serie de 6 CDs dobles en vivo que compendiaron toda su carrera en un momento en el que Zappa, justamente, ya no podía hacerlo sobre un escenario. 5. Zappa siempre hablaba de un hilo conductor de todo su trabajo que él denominó “Conceptual Continuity”, es decir, cada uno de sus proyectos o discos o giras formaba parte de un proyecto más grande. Todo estaba conectado: fragmentos y estilos musicales reaparecían más tarde en otros formatos y otros álbumes. Tal vez sea la mayor lección que las marcas pueden extraer de la obra de Zappa: todas sus actividades, por diferentes que fueran, jamás perdían de vista el hecho de que eran ejecuciones de una idea mucho mayor. Sucede que Zappa mismo se convirtió en una marca y así manejó su carrera. Hay una anécdota que ilustra este hecho de manera impecable. Zappa les puso a sus hijos nombres por lo menos extraños: Moon Unit, Dweezil, Ahmet y Diva. Una vez le preguntaron si no creía que esos nombres les iban a traer problemas. “No”, contestó, “lo que les va a traer problemas es el apellido”. Para cerrar, una conexión más entre Frank Zappa y el mundo de la publicidad: el tipo ganó un Clio. Fue en 1967, por la banda que compuso para las pastillas para la tos Luden, y el premio fue por “Best Use of Sound” (el comercial está en YouTube y la banda fue incluida en el disco póstumo “The Lost Episodes”). Desde luego, hay muchas más lecciones que se pueden aprender de la obra de Frank Zappa; solo hay que descubrirlas. Un consejo muy personal: empiecen por la música.
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