Hace algunos días leía un artículo sobre cómo Steve Jobs, precursor de gran parte de la tecnología que utilizamos hoy día, restringía a sus propios hijos el uso de gadgets como el iPad o las consolas de videojuegos. Es bien sabido que otros personajes como Bill Gates o el joven Mark Zuckerberg, creador de la red social digital más grande del mundo, opinan lo mismo que Jobs respecto a los peligros de la alta exposición frente a los cacharros digitales.
Pero… ¿qué ven estos gurús en la tecnología que irónicamente suelen evitar? Según Joe Clement y Matt Miles, autores del libro “Screen Schooled: Two Veteran Teachers Expose How Technology Overuse Is Making Our Kids Dumber”, la adicción a la tecnología, también conocida como tecnofilia, mata la creatividad y limita las relaciones sociales.
Contextualizando un poco, en términos prácticos la tecnología es el conjunto de conocimiento aplicado a un sector que permite crear herramientas y así facilitar el trabajo. En la actualidad existen una infinidad de apps para todo y pareciera que esto nos deshumaniza gradualmente. Permitir que una computadora conduzca el auto, encender las luces de nuestra casa vía remota o colocar un chip con GPS en la ropa de tu hijo y ubicarlo en cada momento, son sólo algunas cosas que ha logrado el avance tecnológico.
Lo que tienen en común las anteriores situaciones es el motivo que las activa: comodidad, seguridad y certidumbre. Recientemente la serie Black Mirror producida por Netflix, nos ha mostrado una cara obscura y perturbadora del ser humano a través de la tecnología y ha depositado todo el peso crítico en ella, cuando debiera ser lo opuesto.
En el sector creativo ya habíamos hablado antes acerca de cómo máquinas y algoritmos están reemplazando ciertas tareas humanas, pero la contradicción a éste y otros procesos técnicos es la obligada supervisión de un mortal para que todo funcione. Desde los primeros homínidos chocando rocas entre sí para crear burdos utensilios de caza, hasta las recientes computadoras con AI que componen música por sí solas, la evolución está estrechamente ligada al desarrollo tecnológico del hombre y por ende la creatividad.
Siendo entonces la tecnología un medio y no un fin, la inventiva ha permitido un desarrollo humano a través de su ingenioso poder, así pues la creatividad es un recurso imprescindible en la innovación tecnológica. Veamos al proceso creativo como un software mediante el cual se crea la herramienta (hardware), la rueda, el lápiz, la pólvora o la telefonía son expresiones tecnológicas devenidas del acto imaginativo, sin las cuales la vida no sería la misma.
Volviendo a la debacle tecnológica, ésta se remonta a finales del siglo XlX cuando surge la Revolución Industrial. Según M. Anderson, un ingeniero inglés, las de generaciones pasadas percibían al trabajo como un castigo, significaba entonces que las máquinas conllevarían al ocio absoluto y a la felicidad.
Por otro lado, el genio de la inventiva renacentista Leonardo Da Vinci, lidió con sus propias fronteras entre trabajo y ética. La parte de su obra que promovía aspectos bellos de la vida, era acompañada por su “gemelo malvado” que aplicaba de la misma manera dicho ingenio al campo militar de guerra y muerte.
En conclusión, analicemos el propio inconsciente al momento de emplear la tecnología y el impacto que ésta genera en nosotros y en nuestro entorno. Al final, Facebook, Instagram o Tinder, son sólo el vehículo tecnológico al cual recurrimos para alcanzar aquello que nos gusta. Si todo exceso puede ser nocivo, entonces el problema no sería la tecnología sino la adicción a ella, depender de algo para vivir es la verdadera patología ya que este “opio digital” aísla al sujeto y mengua su libertad.
Comentarios