Comenzaré diciendo una afirmación que todo el que trabaja en cualquier rama de la comunicación podrá confirmar: crear es difícil. Hacer un guión, un concepto publicitario, un cuadro, una obra se puede resumir en pasar horas frente al computador con un documento en blanco, una taza de café y las ganas de enloquecer contra nuestro cerebro por no colaborar con el proceso. Sí, pensar en una gran idea que nos deje maravillados (y boquiabiertos a nuestros colaboradores y público) es una tarea llena de incertidumbre. Pese a cargar el adjetivo “creativos” sobre nuestra espalda, parece que jamás lograremos obtener el jackpot e irnos a casa con el premio mayor: no conseguimos hacer que nuestros dedos bailen sobre el teclado y nos sorprendan con aquella maravillosa obra de arte que tanto esperamos, ¿qué sucede, entonces? Simple, un brief no se resuelve frente a la computadora. Me tomó mucho llegar a esta conclusión por mí misma, de hecho en casi todos mis trabajos me pedían resolver, utilizando a la publicidad, un problema de una marca; me sentaban frente al computador en una sala fría y desabrida, y me daban un tiempo máximo para pensar, ya que el cliente quería la idea “para ayer”. Ésto logró que genere propuestas de las que no me sentía enamorada, que sólo impulsaban a la venta del producto de una manera tan grotesca con expresiones como “increíbles descuentos”, “gana más con nosotros”, entre otras. No me siento orgullosa de mi trabajo como creativa de aquél entonces, pero sí pude comprender que el mercado de las ideas demanda más tiempo del que se encuentra pautado en el cronómetro del cliente. Fue entonces cuando, en lo que a mi creatividad correspondía, comencé a plantearme mis propios términos y metas: necesitaba horas libres para salir a ver cosas nuevas, escuchar música y ver series, llenarme de insights en la calle y a esperar a que ese “wow moment” llegue de la forma más inesperada. Así fue como en mis tiempos libres me encontraba trabajando sin darme cuenta; cada cosa que me llamaba la atención la anotaba o almacenaba en mi cabeza. Pronto mis ideas comenzaron a derivar en un remix de todo lo que había visto: armaba un guión con la expresión de cierto personaje de una serie que me había encantado, junto con el soundtrack de equis película y una puesta en escena similar a la que había visto ese día en el parque. Las ideas no sólo tenían insights, también funcionaban perfectamente; ese híbrido de referentes se volvió frecuente en mis piezas creativas, en todas ellas. Aquellos que nos hacemos llamar “creativos” no sólo estamos para crear ideas, estamos para eliminar todo tipo de formatos, crear nuevos y, por medio de la práctica, hacerlos funcionales. Es necesario crear remixes de todo lo que sabemos con el fin de que las ideas se sientan nuevas, pero familiares. AUTOR Alejandra Borbor Soy redactora por profesión, comunicadora por decisión y creativa por convicción. Me considero recursiva: adquiero nuevas ideas a partir de la música, el arte, el baile, la pintura… Es por eso que creo que todos somos idealistas y capaces de crear un mundo completamente distinto. Estoy aquí para extirpar mis ideas y compartirlas como a libro abierto, ¿listo para comenzar?
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