El reciente traspié que sufrió Donald Trump en Iowa, esto en la carrera por ser el representante de los Republicanos en las aspiraciones a la Casa Blanca de Estados Unidos, enciende un foco para aquellos candidatos que basan su popularidad únicamente en querer ser pioneros en las tendencias de las Redes Sociales. Mi teoría personal sobre las razones que llevaron a Trump a convertirse en aspirante a candidato presidencial es muy barata y aventurera, pero es mi teoría al fin y al cabo. Yo me imagino a unos 80 asesores del hombre con nombre de pato, sentados en una inmensa sala de juntas de uno de sus rascacielos en Nueva York, desesperados porque los números del magnate no lucían favorables en cuanto a contenidos y formatos de televisión se refiere, entonces uno de ellos, quizá el más adulto de todos, sostenido por su supuesta sabiduría milenaria, tomando su derecho de palabra, con el corazón incrementando sus latidos gracias a la sobredosis de cafeína consumida en las 19 horas previas de esa junta convocada a las 9 de la mañana, proponiendo que la única manera de hacer que los reflectores voltearan a ver al peluquín de su amado patrón, sería que este dijera en alguna entrevista, (de esas que se pagan a los conductores con fines de semana en resorts de lujo), que cuando él, Trump, fuera presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, haría que las cosas caminaran mucho mejor de como caminaban hasta ese momento. Luego el anciano asesor, toma un respiro, le da casi el último sorbo a su taza de café arábico, y con voz temblorosa dice: -“Y si le preguntan que si quiere ser candidato a la presidencia, usted diga que si Gran Jefe Toro Sentado de Raza Pura y Fina, eso hará que los medios lo vuelvan a pelar por mientras le dura el numerito”. Acto seguido se produce una inmensa ovación por parte del resto de los 79 asesores congregados en la sala de juntas, y una sonrisa con mueca sostenida en la boca de Trump, quien asienta con la cabeza en señal de aprobación. Posterior a esto, otro de los asesores quien estaba enojado porque un tal Carlos Slim andaba en los primeros lugares de las listas de los más ricos del mundo, propuso que para hacer más contundente el lanzamiento de la campaña, su patroncito entonces se le fuera al cogote a los mexicanos en general, que eso llamaría la atención de mucha gente y así entonces, se cumpliría con la misión de hacer que los reflectores voltearan a verlo. El resto de la historia ya ustedes la conocen. Trump comenzó a insultar no solo a los mexicanos, sino que se fue contra las mujeres, contra personas con capacidades especiales, expulsó a periodistas de sus discursos, despotricó, amenazó, insultó, ofendió y salieron de su boca toda clase de culebras y dragones en contra de cualquier minoría o simplemente de cualquiera que lo contradijera o enfrentara. Para sorpresa de muchos, (y sigo yo con mi teoría), incluso, para sorpresa del mismo Trump, su táctica estaba dándole mejores resultados de los que se esperaban. Subió en las encuestas, ganó simpatizantes, crecía fortalecido. Se dio el lujo de no presentarse en un debate porque la cadena de televisión no le complació el caprichito de vetar a una reportera. El hombre de los Realitys Shows estaba a un paso de ser el elegido por los miembros de su partido. Entonces llegó Iowa y la trompa le cambió. Creo que el efecto Trump es una consecuencia de un supuesto hartazgo que pueden tener los norteamericanos tras los dos gobiernos de Obama. “El Método Obama” le funcionó a Obama en su momento, cuando los norteamericanos estaban cansados de los dos gobiernos de Bush. Fue Obama entonces la antítesis de Bush y eso fue bueno para Barack. Ahora parece ser que “El Método Trump” funcionó, o aún funciona, por ser precisamente Donald Trump, un desatado neoyorkino millonario, irrespetuoso, grosero, altanero y patán, la antítesis de un fino caballero de buen hablar, respetuoso, tranquilo y moderado Obama, de quien la gente, al parecer, ya se cansó. ¿Qué sigue?, ¿hasta dónde llegará Trump?. Y como dicen en las series de televisión… “esta historia continuará”.
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