Siempre comienza con una inocente pregunta: —¿Tu te dedicas a la publicidad y el diseño, verdad? —…Si. —Contesto un poco intrigado, pensando en que tal vez tenga un prospecto de cliente frente a mi. —Sabes, mi hijo quiere estudiar _________ (agregue en este espacio alguno de los siguientes carreras: publicidad, diseño, artes, cine, comunicación, etc.) y me gustaría que hablaras con él, (pausa) y explicarle lo que haces. La verdad no se si me lo piden para explicarles realmente lo que hago, para alentarlos o para usarme como conejillo de indias, un ejemplo viviente de “en eso te convertirás”. La mayoría siempre pareciera inclinarse hacía lo último. Y mientras los observo sacar su celular y marcar un número contraatacan de forma inmediata, evitando de todas las formas posibles un “no” como respuesta. —Mira, no te pido mucho, sólo háblale de lo que haces, dile lo que piensas, dale un consejo —Dice mientras me pasa su teléfono y escucho una voz adolescente del otro lado diciendo “¿hola?”. Debo aclarar que ofrecer un consejo, no es algo que deba tomarse a la ligera, puede incluso ser una gran carga, un consejo tiene la capacidad de destruir a una persona, empujarla a un abismo sin retorno, así como darle la fuerza necesaria para una vida entera de felicidad. Tampoco quiero escucharme melodramático, pero he conocido a personas que han tirado por la borda años, si no es que su vida entera, por lo que digamos es un arma de dos filos y no debe tomarse a la ligera. Al escuchar aquella voz en la bocina, de la misma forma en que Ego viajó al pasado cuando probó el plato que Remy le había preparado especialmente, hago lo propio y viajo 20 años al pasado, para encontrarme en el asiento de una camioneta, con una persona sentada a mi lado, la cual me dice: —¿Sabes que estudiar eso que quieres no funcionará verdad? —Hace una pausa que parece eterna, sabiendo que está destruyendo los sueños de un adolescente —Te aconsejo que estudies algo que te deje dinero, primero piensa en el dinero, después te preocupas de seguir esos sueños de ser artista, dibujar monitos o cualquier cosa que hagan los que estudian “eso”que quieres estudiar. Mi yo de 17 años lo observa y no dice palabra alguna. Esta misma plática se repitió más veces de las que hubiera deseado, amigos, conocidos y miembros de la familia la repitieron hasta el cansancio; lo que ninguno de ellos sabía, es que días antes había recibido las únicas palabras que necesitaba escuchar, y nada, absolutamente nada de lo que el mundo dijera ese día o el siguiente, me haría cambiar de opinión. Regreso al presente con aquellas palabras aún haciendo eco en mi cabeza, escucho a ese adolescente entusiasmado hablarme de sueños, ilusiones y grandes proyectos, de todo lo que quiere vivir, de los diseños que quiere realizar, las grandes historias que quiere contar y de como desea compartir eso con el mundo. Lo escucho decir todos aquellos nombres de escritores, artistas, cineastas y diseñadores, que para mi son tan familiares y cercanos, de como los admira y desea ser como ellos, me habla de su preocupación por el dinero, por estar en las grandes agencias, de lo imposible que sería ganar un premio, de la incertidumbre de “ser bueno” para esto. Después de un momento hace una pausa, y es entonces cuando hablo, solo decir una línea, un consejo, el mismo que me dieron a mi hace 20 años. Y sin importar si me dedicará a las artes, la medicina, la aeronáutica o la carpintería, he tratado de seguir toda mi vida: —Haz lo que te haga feliz, lo demás, lo demás llega solo. Imagen cortesía de iStock
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