El modelo de felicidad que vendemos es una de las herramientas más convenientes para el marketing aunque difícilmente pertenezca a una verdadera realidad humana, sin embargo, este modelo promovido en mayor medida por Edward Louis Bernays en donde los seres humanos llegan a ser máquinas de la felicidad , ha funcionado por casi un siglo y se sigue manteniendo vigente por su gran efectividad, donde la idea de ser feliz con todo aquello que conseguimos o compramos desplaza fuertemente la tarea de los individuos de mirarse a sí mismos. La felicidad que vendemos es efectiva para lograr alimentar la compra permanente, poner a los individuos en función del deseo y las pulsaciones emocionales, es un modelo fácil de implementar y que rápidamente es adoptado por una sociedad específica, su seducción y funcionalidad estratégica se fortalece cada vez más con prácticas innovadoras de comunicación, dicho modelo realmente funciona muy bien. Una de las condiciones de éste, es la necesidad permanente de administrar y monitorear las pasiones, ya que el consumidor muta frecuentemente frente a cualquier estímulo que lo afecte y lo que hoy le gusta, puede que mañana lo deteste. Esta felicidad usa la idealización como combustible para moverse, promueve el descarte de las cosas en poco tiempo sometiendo a prueba los ideales de una sociedad, sus valores y hasta la memoria colectiva. Es un modelo que propone que todo tiempo futuro será mejor, que no hay nada como lo nuevo, lo que está por venir, emplea la esperanza y la ilusión como motivador de lucha para conseguirla, para lograr todo lo que deseemos, es posible que esta felicidad llegue hasta deshumanizar y se centre en el beneficio particular de cada individuo, (hacer lo que sea para ser feliz). En esa búsqueda permanente en la que embarcamos a los consumidores muchas veces se olvida que como decía Eduardo Punsset: “la felicidad está en la sala de espera de la felicidad”. Esta es una manera un poco más amable de ver el mundo, de vender marcas en función del esfuerzo y no solo de la meta. El modelo de felicidad que vendemos puede ser un poco más humano y seguir siendo efectivo para el marketing y la publicidad, puede aportar a mejorar la sociedad y beneficiar a todos, es una idea que nos puede permitir vernos y reconocernos, lograr hacernos sentir bien con nosotros mismos y por supuesto con los demás. Imagen cortesía de iStock
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