El lunes tuve un debate con un artista plástico que decía que las imágenes dicen más que mil palabras. Pero lo anterior no es verdad. Las imágenes no hablan. Los pensamientos sólo son pensamientos cuando están articulados. Articular es ordenar en el tiempo, no en el espacio. Por lo menos así lo piensan los lingüistas. Nos pusimos a analizar la obra de Thurber y por poco no llegamos a un consenso. Según el artista con el que casi me peleo a garrotazos, los dibujos de Thurber no llegan a la categoría de las imágenes o del verdadero arte. Vaya contradicción, pues los dibujos de Thurber siempre han servido para satirizar a la sociedad contemporánea. Henry Louis Mencken, Karl Kraus y Thurber son sátiros, y la sátira es todo un arte, ya que exige sensibilidad, humor y agudeza. El arte, dijimos, va más allá de la técnica y fundamenta su poder persuasivo en el «encanto», citando al buen Stevenson. Como Thurber no fue suficiente para calmar las coloridas iras de mi pareja creativa, saqué de mi estantería unas enciclopedias de arte. Buscamos algo bueno en ellas y dimos con una pintura de Jan Steen, llamada Jolgorio en la taberna. Cuando mi amigo miró la pintura se puso feliz y el consenso llegó. Le pregunté lo siguiente: ¿qué podemos extraer de esta pintura que nos sirva para hacer mejores panfletos propagandísticos? Como estamos a punto de iniciar una revista literaria en el norte del país, este diálogo fue de gran importancia. Mi amigo estudió arte en Europa y periodismo en Columbia y sabe muchas cosas. Él está saturado de humor inglés. El humor inglés, me dijo, hace que las cosas insignificantes parezcan grandísimas. Aplicamos este bonito axioma sobre la pintura de Steen y concluimos lo siguiente: todo panfleto tiene que contener un elemento natural, un saber sintético, como aseveraría Kant. Hablar del hombre y de sus necesidades biológicas es un argumento irrebatible. En la pintura de Steen hay unas ramas en el techo, y tales ramas comunican la idea de la naturalidad. Después deducimos que todo texto tiene que servir para ordenar ideas y para señalar lo que el lector ya sabe. El borracho que baila en la pintura de Steen provoca que ante su desorden miremos el orden social que hay detrás del él. Este desorden, además, está ambientado con música o por músicos que tocan desde las alturas. Un panfleto, dijimos, necesita un ritmo, un sistema de apariciones y de desapariciones, de entradas y de salidas de agudos y graves. Así, haciéndolo, el texto deja de ser plano. Mi amigo agradeció mis lecturas de Althusser, lecturas muy útiles para aprender el arte analítico. Leímos un poco la «tercera página» de los diarios italianos que conservo, fumamos y proseguimos con nuestras diatribas. Los dibujos o las caricaturas de los panfletos deben combinar grandes masas con detalles nimios. Hacer que alguien se preocupe por su porción de guacamole cuando el barco en el que celebra su luna de miel naufraga, provoca risas y satiriza. Creo que hemos aprendido bien las técnicas de Hegel y de Allen. Thurber sabía tales secretos y por eso ponía inmensos cuerpos y minúsculos acentos en sus dibujos. Después gozamos con la Mujer llorando pintada por Picasso. La nariz y la boca de la mujer presumen una tonalidad clara y unos rasgos clásicos, es decir, casi universales. Este espacio en blanco es como un espacio vacío, y los espacios vacíos también tienen significado, dijo Ludwig Wittgenstein. Nuestros análisis del pigmento y del espacio estaban haciéndose lingüísticos. Seguimos. Las uñas amarillas de la mujer irradian luz, luz que no sabemos de dónde sale. Esta luz hace que el espectador sienta que la mujer lleva en sí misma energía cósmica o algo así. Los rostros siempre tienen que contener simetría y asimetría. Sin la asimetría los rostros parecen mecánicos o falsos. Picasso hizo que los cabellos de la llorona fueran ondulados para que el rostro no se pareciera a una máscara. También disfrutamos con un autorretrato de Van Gogh, el cual nos enseñó que los paisajes y que los contextos no son tan necesarios si el objeto central de la obra tiene la fuerza suficiente para hacernos sentir algo. Para darle vida a un argumento o a un rostro es necesario saber manejar los gestos, es decir, el metalenguaje. Unos bellos ojos enmarcados por unas ojeras dicen más que unos ojos límpidos, y una oración emparentada con las onomatopeyas nos hace imaginar las emociones del locutor. Cité un poema de la Ibarbourou para ilustrar el asunto y mi amigo sonrió: «Si brilla en mis ojos la humedad del llanto, es por el esfuerzo de reírme tanto». Todos estos pensamientos son la base del arte publicitario o propagandístico. Quisiéramos que los jóvenes no desdeñaran estas sabidurías y quisiéramos que antes de que se conviertan en diseñadores o en redactores, se convirtieran en avezados críticos del arte. Buen día, Comunidad Roastbrief.
Comentarios