¿Por qué obrar bien cuando todo está permitido? La ausencia del castigo puede entenderse como una oda a la libertad; pero la falta de autoridad también trae riesgos que recaen en la moralidad de las acciones.
Un ser libre no es siempre un ser responsable, por tanto, no es un ser virtuoso, bueno o malo. La libertad, entonces, no es una virtud pues no causa siempre un beneficio.
Uno de los trasfondos que deja la más reciente película de Lars von Trier, The House that Jack Built, o la Casa de Jack, por su traducción al español, recae en la pregunta acerca de qué es lo ‘bueno’ y qué es lo ‘malo’. De ahí los contrastes respecto a los personajes, a los escenarios y a las funciones: Jack y el poeta Virgilio, mundo e infierno, amor y maldad, culpa y libertinaje.
Jack no sólo asesina mujeres: también se deshace de niños, hombres, ancianos, amigos, familia. La maldad, se demuestra en el filme, es multiforme, no adopta una figura arquetípica ni una finalidad específica. No es objetiva pero sí persuasiva.
No se necesita ser rico, pobre, hombre, mujer, burócrata o ciudadano para perjudicar. En apariencia, no hay ‘buenos’ ni ‘malos’: nadie está exento de ser víctima o agresor o víctima y agresor.
Incluso la función del amor se ve superada por el peso de la perversidad. Aun cuando se tenga la oportunidad de combatir la maldad, la indiferencia hacia el sufrimiento del otro es mayor que la empatía. ‘En este país, en este mundo, nadie quiere ayudar’.
El castigo final es caer al abismo, arder en las llamas del infierno. Pero esta es una verdad metafísica, no comprobable: en el mundo real, Jack es impune.
Relativizar la idea de lo permisible y lo prohibido a tal grado es un caos moral. Lars von Trier retrata la condición humana a un grado imperativo: la maldad también puede causar placer, el ser humano es un ente perverso por naturaleza y sólo porque sí.
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