Suponer que la creatividad es pura inspiración es cosa del pasado. En pleno siglo XXI la pose del creativo –imagen, vale decir, construida en el inconsciente colectivo de la sociedad– sentado en su silla esperando a que las musas lo visiten pide a gritos una actualización. Para ser creativos debemos aceptarnos como seres creativos. El reto consiste en perder el miedo a la creatividad y desmitificar el acto creativo como hecho divino o reservado para elegidos. Es necesario comprender que la producción de ideas requiere de conocimientos y métodos para entrenar el pensamiento creativo; de curiosidad para alimentar al cerebro y de generación de buenos hábitos en el ecosistema, donde cada uno se mueve, para facilitar las condiciones mejoradas del proceso creativo. Las buenas ideas son fruto de otras y pueden nacer de otras destinadas a distintos fines. Es innegable que la casualidad influye en el proceso creativo. Hay ideas que surgen sin querer, por casualidad. La mente funciona así. Basta con revisar la historia para hallar variopintos ejemplos que ilustran el accionar de la serendipia. Acompáñame hasta un bar a tomar un trago cuyo origen se lo debemos a un grupo de soldados preocupados por salvarse de una mortal enfermedad ¿Acaso no suena tentador? A diferencia de lo que ocurrió con otros cócteles, el nacimiento del gin tonic es el fruto de la búsqueda de una cura para la malaria unida al intento por enmascarar el mal sabor de la quinina. Viajemos en el tiempo hasta el año 1632. En el Virreinato del Perú vivía la Condesa de Chinchón, esposa del virrey Luis Jerónimo de Cabrera. La aristócrata española enfermó de malaria y consiguió salvarse gracias a la corteza de la cinchona, convirtiéndose, según registros de la época, en la primera dama europea en superar tal enfermedad. La noticia corrió velozmente y pronto el uso de la corteza de la cinchona se extendió por el Viejo Continente. En 1817 dos científicos franceses lograron aislar y extraer el principio activo de la corteza de la cinchona: la quinina, un alcaloide con propiedades antipiréticas, antipalúdicas y analgésicas. Este descubrimiento supuso una revolución en la medicina. El principio activo de la quinina comenzó a ser distribuido en las colonias europeas en África y Asia, donde la malaria causaba grandes estragos. Sin embargo, su sabor extremadamente amargo convertía el consumo en un auténtico martirio. Los oficiales británicos destinados en India comenzaron a disolver las pastillas de quinina en agua, añadiéndole zumo de lima, azúcar y ginebra. No solo lograron que el consumo de quinina fuera más placentero; sin proponérselo inventaron el precursor del gin tonic. Luego entraron en escena Don Jacob Schweppe y Don William Cunnington. En la mezcla vieron un negocio burbujeante… el resto es historia conocida. La fortuna no es suficiente para encender la llama creativa. Es menester que cada uno de nosotros tenga una actitud mental abierta y preparada para descubrir y comprender la trascendencia de estos acontecimientos imprevistos para utilizarlos de forma constructiva. Como expresó Louis Pasteur: «La casualidad solo favorece a los espíritus preparados». Lo curioso no es como la serendipia actúa sobre nuestros propósitos, sino como nosotros reaccionamos ante ella. Solo aquellas personas que tienen una actividad interdisciplinar y que están dispuestas a ser receptivas y trabajar con lo que el azar les proporciona podrán, realmente, llevar a buen puerto sus ideas. Alexander Fleming podría no haber querido indagar en lo que la serendipia puso en su camino –la penicilina–, sin embargo se esforzó en tratar de buscar una respuesta a aquello que había surgido con espontaneidad. Quizá la serendipia pueda ser un disparador para dar con respuestas durante el proceso creativo. Al inicio del escrito mencioné que asociar a la creatividad con la inspiración es cosa del pasado. Agrego a esta idea el hecho que tampoco es bueno dejar todo a merced de la casualidad. Poner el pensamiento creativo a trabajar requiere estar alerta y con atención plena a los estímulos que nos llegan, tomar los errores como oportunidades, mezclar los ingredientes –crear es conectar– y dejar que la casualidad, de vez en cuando, emborrache nuestras ideas y nos ofrezca nuevas perspectivas ¡Salud! Sigamos la conversación en mi fanpage
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