Como os contaba hace un tiempo, enamorarse de la publicidad es inevitable. La conocemos, nos enamoramos y nos casamos con ella, “de perdidos al río”, como se suele decir. Ponemos nuestra vida en sus manos casi sin pestañear y la convertimos en nuestra compañera de vida, contra todo pronóstico, a pesar de todo lo que connota negativamente estar casado con un trabajo. Empieza siendo esa amiga dulce, amable y tierna que nos acaricia con un aire fresco, con la que nos gusta pasar los ratos y que nos hace suspirar cuando estamos inmersos pensando en ella. Nos atrae con su canto de sirena, y cuando nos damos cuenta de que no todo es tan bonito como ella nos mostraba, resulta ser demasiado tarde. Para ese entonces ya te habrás enamorado de ella hasta las trancas y separarte de ella será prácticamente imposible. No importa cuántos ni cuán grandes sean los defectos e imperfecciones que en ella descubras, seguirás a su lado como un perro permanece fiel a su amo. Cuando te enamoras, la racionalidad pierde todo su sentido. Por un tiempo parece más sensato seguir al ciego corazón que al ávido cerebro. Y allá que vamos, para los enamorados, aún en la Universidad, la Publicidad va mucho más allá de lo que se enseña en las aulas, y por eso dedican casi la totalidad de su tiempo a ella. Las clases son fundamentales, por su puesto, pero otras dimensiones no obligatorias adquieren rápidamente su carácter primordial: asistir a charlas y conferencias de expertos en el sector, formar parte de eventos de todo tipo, participar de la vida universitaria publicitaria, que normalmente suele ser muy activa, presentarse a concursos y pasar horas y horas empapándose del quehacer publicitario de nuestros ídolos… Pasas de ser un niño con pocas responsabilidades a ser un joven comprometido con tu futura profesión, al que ésta le apasiona tantísimo, que prefiere pasar horas dedicándose a aprender más de ella que bebiendo cervezas con sus amigos. Aunque lo cierto es que, para esto último, los publicitarios también solemos sacar algo de tiempo. Nada más enriquecedor que tomarse unas cervecitas con tus colegas de profesión mientras se disfruta de una agradable y relajada charla. Y digo colegas de profesión porque seguramente será con los que acabes pasando más tiempo. Los publicitarios, entre nosotros, conectamos. Los amigos que se hacen en la Universidad son de los que duran para toda la vida, aunque acaben separados por miles de kilómetros (algo muy común en nuestra cambiante vida). Seguirás recurriendo a ellos cuando tengas uno de esos encargos que te están volviendo loco, y del que estás seguro que la visión externa de otro profesional, y más si es tu amigo, te será de gran utilidad. Lo de ser amigos no hará que te endulce la situación, sino más bien todo lo contrario, y es que entre nosotros sabemos que no nos gustan los rodeos, las cosas cuanto más claras y precisas mejor. Si estás tan absorto e inmerso en un proyecto como para empezar a perder tu criterio creativo o publicitario, probablemente agradecerás que alguien de confianza se sincere y te diga que lo que estás haciendo es una bazofia. Al final, y siendo aún solo unos jóvenes estudiantes, la Publicidad acaba apoderándose de gran parte de nuestra vida. Y a nosotros nos gusta tanto y estamos tan enamorados que podemos tardar en darnos cuenta. Llega el día en el que te das cuenta que hace como un siglo que no ves a tus amigos de toda la vida, a los del colegio o el instituto, a esos hijos de los amigos de tus padres que acabaron siendo como tus primos, incluso a tus propios primos con quienes antes salías prácticamente todos los fines de semana. La Publicidad acaba convirtiéndose entonces en esa novia guapa de la adolescencia que nos absorbe de tal manera que acabamos perdiendo el norte y olvidando a familia y amigos, porque ellos siempre están ahí, pero esa diosa que antes creíamos inalcanzable podría irse tan rápido como ha venido si no le prestamos todo nuestro cariño y atención. O eso pensamos nosotros en nuestra maraña mental adolescente. Luego vamos creciendo personal y profesionalmente, y la vida en la agencia suele ser tan intensa y atrapante que, una vez más, verás a la Publicidad convertida en tu eterna compañera de vida. Si no tenías pareja antes de adentrarte en este maravilloso mundo, y en el caso de querer compartir tu vida con alguien más, probablemente acabarás haciéndolo con algún otro publicitario. Entre nosotros nos entendemos, y pocas personas serán capaces de perdonar nuestros constantes retrasos, cancelaciones de citas e incluso fines de semana románticos, por no hablar de comidas familiares y compromisos sociales varios. Tus familiares y allegados probablemente al principio creerán que es algo personal, pero no tardarán en darse cuenta de que son gajes del oficio, algo inherente a nuestra profesión, y acabarán descubriendo que estos continuos retrasos y otras faltas de respeto son una constante en la totalidad de nuestra vida, incluso entre departamentos de la agencia. Es por ello que, como publicitarios, todos somos infieles a nuestras parejas y seres queridos. Tenemos una amante a la que no pueden echar de nuestras vidas, una amante por la que suspiramos igual, o con más fuerza incluso que el primer día. Pero también debemos aprender a valorar y dedicar tiempo a aquellos que nos han apoyado en las duras y en las maduras, que nos han acompañado en nuestro camino y que nos han apoyado en nuestros fracasos y alabado en nuestros éxitos. Ellos siempre nos querrán, por muchas veces que nos equivoquemos, sepamos ponernos en su lugar y ver lo complicado que puede ser tenernos como compañeros de vida. Imagen cortesía de iStock
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