¡Ay los clientes! ¿Cómo no sentirnos cercanos a tan peculiares personajes? Tantas historias, enojos, peleas, alegrías y éxitos que sería imposible contarlo todo. Lo que sí está claro es que existen dos tipos de clientes (las dos ramas más grandes), por una parte, están los clientes que son amorosos, comprensivos y extremadamente divertidos, esos que caen bien y con los que la vida es más llevadera. También están los detestables, nefastos, pederos y engreídos, uff, como los odiamos. En el camino a la gloria nos encontramos con estos personajes que son vitales para la realización de nuestros objetivos, y depende de nosotros (en gran medida) que las negociaciones se hagan rápido y bien. ¿Qué pasa cuando un cliente cagado es el protagonista? Fácil, todo se vuelve relajado y buena vibra, las campañas se disfrutan y hasta salen mejores ideas, pero, ¿qué pasa cuando el cliente cagante es el que manda? Uff, ahí sí, agárrate porque ya valió. Te la sabes; cambio tras cambio, mala cara y llamadas que arruinan tu día, todo un caso. La verdad es que hay que aprender a tratar con ambos tipos de clientes y atesorar las experiencias buenas y malas que ellos nos puedan generar, de otra forma, ¿de qué hablaríamos en reuniones?, ¿de quién nos burlaríamos inocentemente y a quiénes mandaríamos a saludar a su madre? Tener un cliente cagado o cagante es como una maldición que no puedes evitar, en algún momento te tocará tener ambos clientes y descubrirás que cuando empiezas a ver los defectos de uno o de otro, te das cuenta que hilarantes u orgullosos, al final, todos son iguales, ¿o no? Imagen cortesía de iStock
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