Falta rigor en el pensamiento moderno, y más en el que se expresa a través de los medios de comunicación como la televisión, la radio, la prensa o las revistas. Leemos montones de disparates y de opiniones de gentes que no dominan ni conocen las temáticas de las que pretenden emitir juicios. Hay juicio, anotan los filósofos, cuando contamos con un concepto y con un objeto apto para dicho concepto. Sin objeto, sin conceptos, no hay juicios, sino simples opiniones, es decir, intuiciones. ¿Por qué falta pensamiento riguroso en los medios de comunicación? Por tres razones, que son: porque no interesa el diálogo, porque no se estudia seriamente en las facultades de periodismo y porque el público pide bagatelas y no informaciones razonadas. Vivimos el Apocalipsis de la Erudición, que es doctrina, es decir, sentido, dirección. Leemos las noticias que dan los periódicos y notamos que los redactores confunden lo que es accidental con lo perdurable, lo que es de la metafísica con lo que es del espiritismo, lo que es religión con lo que es política, lo sociológico con lo biológico; y tales confusiones, al final, engendran opiniones públicas confundidas que confunden, a su vez, a quien las aprende y repite. Todo decir moral y espiritual, general y teórico, ha sido cambiado por discursos biológicos y políticos, particulares y empíricos, apunta Ratzinger. El público, que lee los periódicos y que mira la televisión, se ha acostumbrado al efectismo; si no hay patetismo la noticia no gusta; si no hay tragedia, la nota no gusta; si no hay gracia el asunto hastía, opinan las masas. Pero las masas, moldeables, no son totalmente culpables de la vaciedad intelectual. Decía Karl Kraus, en un texto llamado `Apocalipsis´, que los políticos veían en él a un esteta y que los estetas veían en él un político. El hombre moderno, embelesado con la economía y con la política, desdeña lo que no tenga riguroso talante político o económico; el esteta, en cambio, desprecia todo lo que no sea bello. La masa, claro está, se complace más en la política y en la economía que en la estética porque los menesteres del dinero incumben a todos, y por tal razón lo económico parece ser materia de la democracia, vaga palabra sinónima de la «igualdad». Tachan las masas de anticuado al periodista que cita a Aristóteles y de banal o superficial al que sólo parla de la moda; tachan de rígido al teórico de la economía y de erudito al que les habla del andar de las inversiones bancarias. La masa prefiere, es notable, oír mentiras comprensibles, que totalizan, que oír fragmentos de verdades que exigen esfuerzo intelectivo. El Quijote hace que Sancho Panza vaya a ver a Dulcinea, y Sancho, haragán que sabe que la tal Dulcinea no existe, inventa noticias sobre la alta doncella; y pues así, como Sancho, es el periodismo actual, que redacta artículos para notificar hechos poco importantes y «visualmente cautivantes», según decir de Rabí Moss, y que minimiza, con sus mejores argumentos, lo que sí importa. Importa la pobreza, pero importan más las razones políticas de ésta; y las razones son, quiérase o no, entes teóricos, por decirlo de algún modo. La teoría, los contemplativos lo afirman, tranquiliza, no causa histeria, harto común en las masas, que piensan que opinar como los demás es acto democrático y no causado por falta de educación. Julián Marías, en un texto denominado `La palabra pública´, explica las condiciones que hicieron posible el poder de Hitler o que hacen posible todo absolutismo político: «La fascinación que ejerció sobre inmensas multitudes, hasta el enloquecimiento, fue posible con discursos violentos e incendiarios, con desfiles, estandartes, banderas, música atronadora». El periodista, hoy, antes es publicista que meditador, exaltador que preguntante; y las masas, hoy, antes son consumidoras de espectáculos que lectoras de textos. Todo espectáculo es violento y echa mano del efectismo, de la luz deslumbrante, del sonido atronador, de gestuarios patéticos, de vestuarios estrafalarios, de fanfarrias y de amenazas proféticas. «Es frecuente la agresividad innecesaria, el desprecio al lector o al oyente; en muchas ocasiones se procura esa agresividad, la hostilidad, el desplante. Es probable que los que se expresan así tengan una formación superior, estudios universitarios, nivel social elevado, y por supuesto económico», escribe Julián Marías en el artículo citado. Escribió Góngora que al enfermo le place «seguir sombras y abrazar engaños». ¿Por qué? ¿Por qué al lector masivo no le importa que el periodista no piense lo que dice o que carezca de rigor intelectual? Porque masas y periodistas sufren provincialismo, esto es, ignoran las costumbres ajenas y no quieren conocerlas, pues hacerlo implica cuestionar las verdades propias, fraguadas bajo la protección del subjetivismo y del relativismo, pilares de la ignorancia moderna. Más que pensar, es necesario filosofar nuestras opiniones, y más que escribir para mostrar, es obligación razonar y hacer que la prensa sea no una fuente de chismes, sino una fuente de conocimiento, que no es mera información que se plagia a los hechos.
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