Los hombres crean las instituciones y éstas, con el correr de los siglos, se cristalizan y hacen de sus mensajes centrales dogmas, credos, costumbres, «hábitos», como dice Borges en un poema, axiomas que se obedecen con los ojos cerrados y con los oídos indispuestos. El sociólogo que afana conocer cuáles son los mecanismos que hacen que la comunicación o diálogo en una sociedad sea eficiente, que causan que instituciones, grupos, medios de comunicación y cultura trabajen en armonía, deberá escrutar, además del movimiento de los mensajes que van y vienen, la estructura de dichos mensajes, y todo para describir la esencia de ellos. Al saber cuál es la esencia de un mensaje, su substancia, para usar la jerga filosófica, nos enteramos de dónde viene, dónde se hizo y de qué ideología política está impregnado. Tal análisis requiere, claro, conocimientos de semiótica, de lingüística, de sociología y de etnología. Con la semiótica quedarán claros los límites semánticos de una proposición; con la lingüística, la estructura o tejido fino de ésta; con la sociología podremos determinar su pragmática, dónde sí y dónde no puede ser interpretada; y, finalmente, con la etnología entenderemos las capacidades que un grupo social tiene para transformar dicha proposición en acción. Toda institución, como todo medio de comunicación o grupo social, tiene una personalidad, una identidad. Y es la personalidad de todo ente lo que determina los modos de interacción entre dos o más entes, sean instituciones, sean sindicatos. Para realizar un estudio así tendremos que distinguir entre tópicos y discursos. Los tópicos son, por ejemplo, los que están en los encabezados de la prensa, mientras que los discursos son los textos que explican los encabezados. Los encabezados sirven, como todo el mundo sabe, para llamar la atención… por lo que se impone la siguiente pregunta: ¿son los encabezados las representaciones de las estructuras sensoriales de los pueblos que se exponen a los medios de comunicación? Wittgenstein, en el Axioma 3 de sus `Observaciones Filosóficas´, anota: «Las palabras `color´, `sonido´, `número´, etc., pueden aparecer en los encabezados de los capítulos de nuestra gramática. No necesitan aparecer dentro de los capítulos, pero es allí donde se les da su estructura». ¿Qué encabezados llaman más la atención? ¿Los simples o que sólo hacen referencia a un número o a un sonido? ¿Los compuestos o que hablan de cifras y de colores simultáneamente? Ciertamente, para los lectores los textos que explican los encabezados son «banales», asunto secundario. ¿Por qué? Porque lo importante, para quien sólo busca información y no verdades, es la impresión, es decir, la forma del contenido y no el contenido. Kaarle Nordenstreng afirma que la banalización de la información «se manifiesta por la desaparición, por la pérdida de finas articulaciones y dejando subsistir, en el mejor de los casos, sólo las relaciones más groseras o incluso triviales». Cantidades, colores y formas son datos groseros de los objetos, gruesos, o por mejor decir, fáciles de percibir. Tenemos, así, que para llamar la atención los encabezados deben esgrimir no temas grotescos, sino datos simples de percibir para los sentidos. Imagen cortesía de Fotolia.
Comentarios