Estudiar la universidad, es esa etapa cumbre en la vida académica de cualquier alumno. El final del ciclo de preparación, la delgada línea entre ser joven y adulto. Por si fuera poco, es la que define a lo que te vas a dedicar en tu vida laboral, son estos pequeños detalles los que hacen que esta parte de nuestra vida esté llena de muchísima expectativa. Cuando comienzas la carrera universitaria ves lejano tu futuro, te imaginas trabajando en algo referente a lo que estás estudiando, disfrutando de lo que haces y en un lugar de ensueño. Te visualizas independiente y por supuesto, ganando dinero. Trazas planes en el aire, te imaginas tu vida como independiente, incluso viajando por el mundo. Todo lo que siempre soñaste va estar al alcance de tu mano 4 o 5 años después de este día. De pronto, llega la etapa final de tu carrera: servicio social, prácticas profesionales y la tesis. El final se acerca más rápido cada día que pasa y es cuando te das cuenta que se han ido cuatro años ya, que es momento de materializar ese futuro que te trazaste en la mente, pero nada es como lo imaginaste. Cuando te enfrentas de golpe a la realidad comienzas a sentir miedo, mucha emoción pero temor porque después de este momento no hay nada seguro adelante, antes sabías que terminabas un ciclo escolar y que inmediatamente después de ese comenzaba otro. Aquí es distinto, adelante solo estás tú. Te invaden preguntas que hace unos años no te hacías ¿Ahora qué sigue?, ¿De verdad estoy preparado para trabajar?, ¿Y sí no consigo trabajo?, ¿Y sí me equivoqué de carrera?. Por más que le das vueltas al asunto no encuentras respuesta. Estás sufriendo una crisis, la crisis post universidad. En Abril del año pasado terminé la universidad. Fueron cuatro años de estudios en los que pasé de soñar con ser locutor de radio a querer hacer todo a la vez. Llegó la graduación, mis padres me felicitaron, los contados amigos que tenía tomaron su camino y fue entonces cuando me vi solo ¿Y ahora qué?. Mi vida se convirtió en una rutina constante que consistía en despertar a las 10:30 u 11:00 de la mañana, revisar redes sociales y convivir con mi mamá. Los primeros días me cayeron como gloria, eran como despertar a la orilla de la playa en un paraíso tropical. Luego de colegiaturas, cuotas absurdas y un sinfín de cuentas para pagar mis últimos meses en la universidad, la situación económica en mi casa no era la mejor. Vivíamos tiempos de austeridad y fue hasta que volví a estar en casa todos los días cuando me di cuenta de lo que pasaba. Del poco dinero que mi papá me daba para vivir le hacía “préstamos” a mi mamá para solventar gastos comunes en una casa, prefería sacrificar algunos gustos y salidas con amigos o con mi novia, con tal de no vernos tan apretados en casa. Pasó un mes y no veía claro que iba a hacer con mi vida, llegaba a pasar horas tirado en la cama mirando al techo, sin dinero, sin ánimos de nada y mucho menos sabía por dónde empezar a buscar alguna oportunidad. Lo más duro llegó un día que, con todo el ánimo del mundo decidí hacer mi curriculum. Lo más fácil fue escribir mi preparación académica y llegando al apartado “Experiencia laboral” descubrí que no existía. Alguien alguna vez en mis prácticas profesionales me dijo “cuando hagas tu CV agrega todo lo que hayas hecho” lo hice y claramente lo poco que había hecho no era atractivo para nadie, ni siquiera para mí. Lo único que me hacía sentir orgulloso era mi tesis y la convertí en mi carta de presentación. Ese día terminé el CV más feo que puedas imaginar, con una fotografía bajada de mi perfil de Facebook y además pixelada, con una experiencia laboral mínima, mucho menos destacable; ahora solo faltaba saber a dónde lo podía enviar. A la par de que esto pasaba, mi vida personal se desmoronaba. La relación que tenía estaba al borde del final y ni siquiera sabía cómo podía evitarlo. Cada día que pasaba me sentía más frustrado por no trabajar, por sentir que no estaba haciendo nada productivo y que mi vida no tenía ni pies ni cabeza. Todo se juntó y caí en desesperación. Abrí un perfil en Computrabajo, envíe mi curriculum a un montón de empresas que al día de hoy ninguna me ha llamado. Me postulé a puestos que pedían 3 años de experiencia laboral mínima, otros donde era necesario tener coche y a unos cuantos que pedían 1 año de experiencia con un sueldo de 2000 pesos al mes. Este sin duda alguna ha sido el proceso más difícil en 23 años de mi vida, se complicaba más al pensar que había grandes mentes afuera que a mi edad ya eran reconocidos en el medio en el que se desenvolvían, mientras yo la pasaba tirado en la cama viendo televisión, repasando videojuegos y siendo devorado por el ocio. Mi caso resultó ser un poco diferente al de varios amigos que también vivieron este proceso. Hay historias donde sus papás eran los primeros que les exigían salir a buscar un trabajo y que comenzaran a aportar dinero a sus casas o de lo contrario, tendrían que dejar de vivir ahí para comenzar a rascarse con sus propias uñas. Mi situación fue lo contrario a todo eso, mi papá habló conmigo y me dio todo su apoyo, lo mismo con mi mamá. De alguna manera ellos sabían perfectamente que la situación fuera de la universidad no es fácil cuando no se tiene experiencia laboral pero sí unas ganas inmensas de empezar a ser productivo. De no ser así, seguramente en este momento ni siquiera estuviera escribiendo estas líneas, probablemente hubiera terminado trabajando en un lugar ajeno a mi carrera y ganando un sueldo para intentar subsistir y apoyar a mi familia. Si tú que estás leyendo esto aún no lo has vivido, prepárate porque a todos nos pasa. Es algo de lo más normal, así como yo hay otros 15 o 20 hombres y mujeres que vivieron la dura transición de dejar de ser estudiante y pasar a ser un adulto con responsabilidades. Nadie dijo que fuera fácil, es sumamente difícil. Las oportunidades de trabajo en nuestro país cada día son menos y las que existen te obligan a competir con otros 10 mil igual que tú por un solo puesto. Si algo puedo rescatar de esta experiencia es que me hice más duro de carácter, aprendí a creer que 4 años de estudio valían para conseguir un buen trabajo. Confirmé también que la carrera que elegí es la correcta y que si yo quería ser reconocido tenía que esforzarme cada día más. Debo confesar que en este proceso hubo gente que se alejó y a la vez otras personas se acercaron a mí para brindarme la confianza que había perdido en medio de la frustración y el ocio. Si en este momento sientes algo parecido a lo que yo viví debes saber que las crisis pasan y que todo depende precisamente de ti. Sal de tu casa, toca puertas, camina siempre con la confianza de que la siguiente puerta que toques se va abrir para darte una oportunidad. Afortunadamente, esta etapa terminó tres meses después de haber egresado cuando surgió mi primera oportunidad laboral. Pero de eso les hablaré la próxima semana.
AUTOR
Juan Carlos Jiménez Fernández
Soy comunicólogo porque futbolistas y músicos ya había muchos.
Amante de los cómics y los videojuegos. Escribo porque creo que es una de las formas más honestas de expresar lo que piensas. Contacto:
jcjf022@gmail.com
Comentarios