Por Mariela Kratochvil, Head of Operations & People, de Ogilvy Barcelona
Imagina que tienes el poder de manejar la voluntad de las personas a tu antojo. Imagina que tu voz es tan poderosa que conquista la mente de quien la escucha.
Imagina que, además, posees una fuerza y habilidad física capaz de abatir a prácticamente todos tus adversarios, sin importar su tamaño o fiereza.
Imagina que los hilos bajo los que está el mundo se mueven desde tus dedos.
Y ahora, piensa… ¿Tendrías miedo?
Hace apenas una semana pude ver en el cine la adaptación de la novela de ciencia ficción de Herbert Frank, Dune: parte dos. La película sigue la historia de Paul Atreides mientras lucha por controlar el planeta Arrakis. Una historia emocional, política, con intriga, acción y elementos fantásticos.
Jessica Atreides – también conocida como Dama Jessica -, madre de Paul y personaje crucial de la trama, murmura en varias ocasiones durante el film unas palabras. Algo así como un rezo, una letanía susurrada para sí misma. Una herramienta psicológica consciente para prepararse para luchar. Estas palabras dicen así:
“I must not fear.
Fear is the mind-killer.
Fear is the little-death that brings total obliteration.
I will face my fear.
I will permit it to pass over me and through me.
And when it has gone past, I will turn the inner eye to see its path.
Where the fear has gone there will be nothing. Only I will remain.»
El miedo es una de las 6 emociones primarias (Paul Ekman, 1979) del ser humano. A través del instinto e intuición que desarrollamos con los cimientos de nuestras propias experiencias, el miedo, que además tiene la molesta capacidad de somatizar mucho, y muy rápido, nos advierte de los peligros que nos rodean. Peligros que pueden ser reales, pero también imaginarios.
Todas lo sentimos. A todas se nos ha acelerado el pulso y nos han sudado las manos. Todas, alguna vez, hemos percibido ese hormigueo en el estómago, un hormigueo muy distinto y más intenso que el que nos provoca el deseo. Todas hemos sentido ese entumecimiento en los muslos precedido por un susto de una fracción de segundo.
El miedo es fundamental para sobrevivir, pero… ¿Y para vivir?
Nuestra realidad se ha tornado compleja, sofisticada. Convivimos con infinidad de códigos culturales y nos sometemos a fatigosas expectativas sociales. Pero, en la vorágine de esta frenética evolución, – que no valoraremos hoy si es buena o mala- el miedo continúa siendo un instinto primitivo. Nuestro cerebro no distingue realidad de ficción. Nuestro miedo no juzga los peligros por categorías. Él llega. Te invade. Y si te despistas, si le dejas campar a sus anchas, se transforma en pánico, y te paraliza.
Es entonces cuando en lugar de sobrevivir, malvivimos. Cuando el miedo a estar solos nos encierra en una vida gris. Cuando el miedo a ser rechazados nos desfigura en alguien que no somos. Cuando el miedo a no ser capaces nos mengua y encarcela en la ignorancia. Cuando el miedo a las consecuencias nos arrebata la voz. Cuando el miedo, en definitiva, nos despoja de una vida llena de posibilidades y nos aleja de las experiencias que nos son necesarias para prosperar.
Y pienso en Jessica Atreides. Esa mujer que, desde la ficción, me ha acompañado en esta reflexión. Un personaje que, a pesar de contar con poderes sobrenaturales y una fuerza sobrehumana, a pesar de poseer fortalezas que parecen invencibles, se siente, en ocasiones, sobrepasada por el miedo. Se le agita la respiración y utiliza esa letanía para sobreponerse. Y lo logra. No evita la emoción, ni la ignora, ni la menosprecia. Tampoco se rinde ante ella. Se enfrenta. Le habla. Y gana.
Porque puede que no manejemos la voluntad de las personas. Puede que nuestra voz no conquiste las mentes. Puede que nuestras manos estén a kilómetros de manejar los hilos del mundo. Puede, incluso, que nuestra fuerza y habilidad físicas sean comunes y corrientes.
Todas, desde luego, sabemos lo que es el miedo. Conocemos la sensación que nos provoca someternos a decisiones de terceros, siempre complacientes, siempre serviciales, por el miedo a ser apartadas. Sabemos lo que se siente cuando las palabras nos asfixian, atascadas en nuestra garganta, mientras el miedo nos murmura que quizá no están a la altura de la sala. Conocemos muy bien esa prisión en la que, a veces, nosotras mismas nos confinamos. Una falsa ilusión de control que nos merma y perpetua nuestra dependencia.
Pero, como Jessica, te invito a que lo desafíes. Que permitas que ese miedo pase sobre ti y te atraviese, para dejarlo ir. Porque el miedo, aunque inevitablemente omnipresente, no debería ser dictador de tu destino, si no señalar, como tu aliado, las preguntas fundamentales que aún esperan respuesta.
Y, entonces, quedarás tú, frente a una vida llena de posibilidades.