Antes de empezar a leer este artículo, quisiera que reproduzcan “Everybody wants to rule the world” de Tears for Fears, ya que este es el soundtrack de mi vida laboral en todo sentido (aquí, como buena marketera intentando crear experiencias a partir de lo sencillo).
Ahora sí, sin ánimo de jactarme, yo siento que trabajo en uno de los mejores lugares del mundo. Recuerdo que desde pequeña siempre quise contar historias que inspirasen un gran cambio, y el mayor diario de mi país siempre logró dar en el clavo con respecto a ello. Sus columnistas y periodistas no sólo informaban, contaban historias; las personas que se encontraban dentro de sus escritos eran madres, vecinas, abuelos, niños, profesionales, gente con nombre, apellido, gustos y percepciones, y todos valían la pena, todos tenían una voz. Teniendo esto en mente, es obvio que lo que siempre quise fue formar parte de ese maravilloso equipo, y con el pasar de los años lo logré.
Hace dos años atrás empecé mi viaje por el maravilloso mundo de las ediciones diarias impresas en el papel del más grande de todos los diarios. Mi fascinación por esta empresa ha permanecido intacta porque, como pocas, ha sabido salir a flote ante la principal adversidad: la sobreposición de lo digital. Sin embargo, y como es de esperarse en el mundo de la creatividad, el cliente siempre marcha hacia otro horizonte. Pese a que yo quería y quiero contar sus historias por medio de emociones que enlacen a los consumidores con sus productos o servicios, ellos se empeñan hasta el día de hoy a que los contenidos patrocinados tienen que ser una oda a sus grandes beneficios, increíble valor dentro del mercado y, por supuesto, destacando el logo y claim de la marca cada vez que es posible.
¿Cuál es la historia detrás de una idolatría a una marca? Esto no le da lugar a una razón aparente para que el lector o el mismo consumidor se atreva siquiera a crear un lazo con algo que vende como atributo a la perfección. Si existe algo que he aprendido es que no existe nada mejor que la verdad, las emociones humanas y el margen de error para llamar la atención de cualquiera. Fue entonces que empecé a buscar cómo ofrecer a los clientes una mejor alternativa basada en un modelo envidiable: The New York Times.
Si bien es cierto, este diario tiene como objetivo el informar, pero también ha ofrecido a sus clientes la oportunidad de pautar en una plataforma exclusiva donde se masifique el mensaje de la marca a partir de emociones y situaciones que se pueden personificar en personas, creando así una historia que vale la pena conocer y compartir. El T-Brand Studio empezó como cualquier giro de negocios, para mantener a flote el periódico y su nombre; la genialidad tras ello trajo consigo que las mejores marcas a nivel mundial (como Netflix, BMW, AirBNB, Google, entre otras) quieran contar una gran historia en esta plataforma. Cuando lees uno de sus artículos no sientes que la marca está intentando llamar tu atención, todo lo contrario, te está entreteniendo con un cuento, una anécdota, un guión y un personaje.
Este modelo vale la pena replicarlo porque, como cualquier giro de negocios, el que interesa es el consumidor y nada más que el consumidor, es nuestro deber cuidarlo y ofrecerle siempre lo mejor, siendo esto algo que disfrute, comparta y viva. Estamos en la era de las experiencias, donde todos tienen algo que contar, y a las marcas más les vale unirse a esta tendencia para vivir en el mercado.
Aún no cuento las historias que quisiera, creo que es uno de mis desafíos más grandes el llegar a conquistar el mundo de los contenidos patrocinados, pero lo acepto porque sé que el verdadero cambio yace aquí, en la perseverancia de mejorarlo todo.
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