El reciente caso del periodista Claas Relotius, de la prestigiosa revista alemana Der Spiegel, quien, desde el corazón de la publicación, y engañando a todos los filtros que utiliza ésta para garantizar la veracidad de sus reportajes y notas, nos muestra la vulnerabilidad de los medios, así como el nacimiento de las fake news desde el único lugar donde esto no debería ser posible. Y, aún más importante, nos obliga a pensar en el papel del informador y la noticia.
Claas Relotius no es el único periodista que cree que su nombre es más importante que su trabajo o la información. Pero es la cúspide del pensamiento egoísta y hedonista del periodismo contemporáneo que, no necesariamente, se limita a los millennials como Relotius, sino que está cimentado en el poder, los egos y la arrogancia que los medios han permitido y fomentando en sus mal llamados periodistas; lo cual, sin duda, repercute en cómo los ciudadanos y audiencias perciben a estos lectores de noticias. También lo hace en las relaciones que estos llamados líderes de opinión establecen con el poder, creando, al menos en el imaginario colectivo, redes perversas que afectan directamente la credibilidad y respetabilidad de dichas personas y, por extensión, de los medios en los que trabajan.
La respetabilidad de Der Spiegel tardará en recuperar su lugar mientras adversarios ideológicos de la publicación sigan atacando y cuestionando las intenciones informativas del medio tras el incidente de diciembre de 2018.
Desgraciadamente, en México, el problema se agudiza. Porque esos nexos con el poder quedan al descubierto en cuanto se dan los cambios políticos sexenales. Ejemplo, en los primeros meses del cambio de régimen, algunos “periodistas” que se forjaron una imagen de imparciales, críticos e inquisitivos, como Carmen Aristegui, Julio Astillero y la gran mayoría de los moneros de La Jornada; han demostrado que sus nexos con la mal llamada izquierda mexicana, que ocupa ahora la presidencia, los ha convertido en todo aquello contra lo que en teoría y a viva voz, luchaban. Complacientes de su renombre y lejos del ejercicio de su profesión.
La nota, por más que este ahí, es lo menos importante. Lo importante es el culto a la persona del autor. Lo mismo sucede en el extremo opuesto del espectro ideológico, en aquellos que, desde la derecha despojada de espacios, se victimizan perdiendo la objetividad en su información para atacar, sin neutralidad y desde los diferentes espacios que crean en Internet, a quien acusan de ser su verdugo político y laboral. Pero más importante de hundir su persona en la noche negra de no tener espacios donde promover a su persona. Algo que tienen en común, y que han ocupado como argumento en su momento, Pedro Feriz de Con, Carmen Aristegui, Nino Canún, Jorge Berry, Ricardo Alemán y Ricardo Rocha, a quienes se les coloca por encima de su labor y campo de acción.
En el caso de los deportes, el fenómeno, es aún más agudo, debido a que los diferentes eventos deportivos parecen ser lo que menos importa al verse relegados a un segundo o tercer plano, pues la discusión inocua que antecede y sucede al evento, centra sus cámaras en una serie de comentaristas, deportistas retirados y analistas que nos han hecho creer que su palabra puede sustituir la emoción pura que se produce en el encuentro.
Hoy, no importa lo que sucede durante el evento, lo trascendente radica en lo que pasa extra cancha, extra estadio, más allá del tiempo reglamentario de juego. Los nombres de muchos jugadores quedan sobrepasados por el de los buhoneros que, a lo largo de la semana, desde una pantalla o un micrófono, se dedican a la deconstrucción del evento deportivo y la adición de comentarios que, lejos de enriquecer el evento, abonan al ego del comentarista. Lo que antaño se trato de ensalzar a los héroes del domingo, hoy se quiere convertir en enaltecer al hombre gris de los medios a lo largo de la semana.
Hoy muchos periodistas se miden como populares influencers o personas del mundo del espectáculo, que, al fin de cuentas, eso es lo que son, a partir del número de seguidores que tienen en sus redes sociales.
El fenómeno es mundial e impacta en los medios de todos los países. Los periodistas se alejan de la emoción y el amor por su profesión para volverse nuevos rockstars de un sistema de medios que se los inculca.
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