Al momento de recibir un brief y comenzar el proceso creativo para solucionar aquel problema, nos encontramos con una particularidad; tenemos las mejores ideas del mundo pero el cliente jamás las comprará. Lo sé, lo sabes y es cierto, llega la frustración y pasamos por mil etapas hasta aceptar que hemos perdido esa batalla, pero no la guerra. Una vez que se ha aprobado la idea, buscamos la revancha, queremos demostrar que mínimamente sabemos cómo dirigir y hacer realidad (de una forma muy chingona) esa idea que si bien no es la peor, tampoco era nuestra idea top. Recurrimos a lo increíble y seductor; el arte. Una de las tantas características que identifican y definen a la publicidad, es el hecho de encontrar soluciones creativas a problemas lucrativos, es ahí cuando nos encontramos con un entredicho porque todos los creativos traemos una vena artística que en resumidas cuentas se reduce en artistas frustrados. Ser un artista frustrado es la causa de tantos enojos y neceos al momento de hacer publicidad. Queremos ideas tan únicas que rayan en lo ridículo y se convierten en instalaciones o performances que hacen todo menos vender. Olvidamos que el objetivo de este negocio es desplazar productos, no interpretaciones de la realidad. Debemos mantener el foco creativo y de negocio tan cerca como sea posible para evitar caer en el error de querer ser artistas, cuando nuestra profesión es completamente diferente. Tenemos madera de artistas, eso sí, tenemos una vena creativa, eso también, pero les tengo noticias, somos publicistas, ¿o no? Imagen cortesía de iStock
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