La mayoría de quienes trabajamos en actividades que requieren de ‘chispa’ para comunicar ideas vivimos buscando el santo grial de la creatividad, lo cual nos conduce al asunto del talento y la disciplina, que viene a despertar el mismo debate que el huevo y la gallina: ¿cuál fue primero? Entendiendo el talento como la capacidad para desempeñarse bien en una actividad, suponemos que quien nace con un talento o don (inventar historias o armar objetos, por ejemplo) tiene todo lo necesario para ser un creativo exitoso. Sin embargo, si tal persona no encuentra el lugar y las condiciones para poner en práctica ese don, su creatividad se atrofiará o se convertirá en una carga. Por otra parte, la disciplina puede darle a una persona las herramientas y conocimiento necesarios para crear cosas nuevas, sin que esto signifique necesariamente que tales cosas serán interesantes o útiles para alguien más. Entonces, ¿cómo cultivar la creatividad? Una frase de un estudioso de la neurociencia, Rodolfo Llinás, me parece que trae luz a este asunto: “Somos un baúl repleto de contenidos, pero vacío de contexto. De ahí nuestra dificultad para aplicar el conocimiento a la realidad”. Es decir, ser creativo no es resultado de un único elemento sino de la suma de muchos factores interactuando en un ambiente favorable. En mi caso, algunas de las ideas y casos de estudio que utilizo en los cursos que imparto salen de conversaciones con amigos, de lecturas que hago o de observar a las personas en su cotidianidad. El conocimiento y el contexto se mezclan para darme recursos didácticos, y eso es posible porque estoy abierta a observar, aprender y aplicar según el ambiente y las personas con las que esté trabajando. El talento natural que tengo para conectarme con las personas lo complemento con la disciplina del estudio y, como resultado, las ideas que necesito para mi trabajo fluyen. Lo anterior prueba lo que he notado a lo largo del tiempo: quien posee un talento natural, cualquiera que sea, tiene una ventaja indudable sólo que, para detonar su potencial, requiere hacerse a una disciplina de estudio, análisis y práctica. Bien dijo Picasso: “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”. Y sabemos que es cierto porque hemos visto algunos destacados deportistas, cantantes, actores y empresarios decaer en su desempeño cuando comienzan a depender únicamente de su talento. Por supuesto, una dosis de optimismo, sentido del humor y tolerancia a la frustración ayudan bastante a que el talento dé su fruto, si bien lo que es indispensable para alimentar el árbol de la creatividad es una raíz profunda en el terreno de la disciplina. Conviene que nos habituemos a leer, viajar, escuchar música variada, conocer gente nueva, así como debatir con otros sobre temas de nuestro interés profesional y personal, como medio para crearnos un entorno amable, retador y rico en experiencias que aviven nuestros recursos creativos. Sí, es en serio ¿quién dijo que la disciplina debe ser aburrida? En últimas, quizá no encontremos aún la respuesta al dilema del huevo y la gallina, lo que sí podemos tener certeza es que la creatividad no depende tanto del talento innato como de la manera en que cultivemos a diario nuestra manera de pensar y actuar, para que nuestras habilidades y el contexto en que nos movemos se combinen en un exquisito y codiciado resultado: una idea exitosa. AUTOR Zeida Marcela Suárez F. Apasionada de los temas de desarrollo humano, psicóloga, trainer y speaker, dedicada a ayudar a otros a descubrir y cumplir su misión vital. La música, los libros y los atardeceres son los cómplices perfectos en mi viaje por este mundo lleno de secretos invisibles para los ojos y visibles para el espíritu. Las palabras son mi don y la escritura mi destino. @Zeida_Suarez
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