Ganar premios está bien. Hacer magnas campañas publicitarias está muy bien. ¿Por qué todos olvidan la comunicación interna? Veo un anuncio en mi casa, lo veo cinco minutos antes de salir a comprar lo que mi alma necesita, y voy a la tienda recomendada por el anuncio, ¿pero qué creen? El señor del estacionamiento de la tienda no sabe que la marca X ofrece sonrisas y halagos, y me grita, y me dice que me largue, que los lugares para aparcamiento son únicamente para clientes. Me bajo del coche y saco un ar… no, no. Me bajo del coche, impacientando a los de atrás, que tañen sus claxons wagnerianamente, y le explico al enojado «cuidador» que «yo» soy un cliente, un lector de libros de caballerías que con su fuerte brazo puede derribar moros en la costa y en el estacionamiento. Y me estaciono, dejando que mi Rocinante motorizado descanse bajo la sombra. Entre trompetas silenciosas entro a la tienda, y recuerdo que el anuncio, además de prometer sonrisas, promete variedad y buen servicio, que nada tiene que ver con la adulación sistemática de un personal programado sistemáticamente con sistemas de motivación y capacitación sistemática. Pregunto por la Enciclopedia Británica, pero no hay, y me ofrecen una peruana y una vienesa, que no quiero. ¿Lugones? No hay. ¿Hitchens? No hay. ¿Kraus? No hay. ¿Sarmiento? No hay. ¿`Bocetos californianos´? No hay. Pregunto por un disco de Brahms, pero no hay, y me ofrecen uno de música instrumental, digno de restaurante lujoso… y me da hambre. Le pregunto al gerente, rey del lugar, por un lugar para comer, y me mira, y se sorprende con mi pregunta y yo me siento el Quijote diciendo dislates. Y me ignora, pues está atendiendo a la «modelo de pasarela» que va y viene perfumando los pasillos. ¿Qué pasa? ¿Hay o no hay aquí comunicación interna? ¿Alguien ha pensado si esta empresa necesita gente que trabaje en equipo o no? No todas las empresas necesitan personal estandarizado, dicen los expertos en el análisis del clima y de la cultura organizacional. Me voy. Llego a un local chiquito, humilde, y le pregunto a una señorita poco sonriente por un libro de Chesterton, por un libro de cuentos de Chesterton (ya no quiero la maldita enciclopedia). Y ella, meditabunda, me guiñe y me pregunta si quiero la traducción de Alfonso Reyes, y me derrito por ella, y para sacarle el teléfono le pregunto por la melodía que suena, y me asevera que es «algo» de Charlie Parker, músico del jazz. Y el jazz, claro, me hace pensar en las letras de Norteamérica, y me compro, así, no sólo cuentos de Chesterton: además me compro una novela de Faulkner. Es diferente que te atienda una persona a que te atienda alguien «del» personal. Pensemos más en nuestra comunicación interna y un poco menos en la pompa externa. Foto cortesía de Fotolia.
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