Octubre, 2025.- En el panorama actual del marketing, muchas veces se piensa que basta con lanzar campañas creativas, invertir en publicidad o captar más clientes para garantizar el crecimiento de una empresa. Sin embargo, la experiencia demuestra que la verdadera rentabilidad y sostenibilidad provienen de cómo se gestionan las relaciones con los clientes que ya existen. En este punto, la metodología de las 6R desarrollada por Pablo Fernández ofrece una ruta clara y estructurada para que las empresas puedan trabajar de manera sistemática sobre su cartera de clientes, entendiendo que cada interacción es una oportunidad de generar o destruir valor.
El modelo de las 6R no es un conjunto de recetas aisladas, sino un sistema metodológico que organiza la relación con los clientes en seis dimensiones clave:
- – Relación
- – Retención
- – Rentabilización
- – Referenciación
- – Recuperación
- – Reactivación
La primera, la Relación, ocupa el núcleo del modelo y le da sentido a todas las demás. Plantea que la relación no es solo una transacción, sino la construcción continua de confianza, emociones, expectativas cumplidas y experiencias que hacen que un cliente se quede o se vaya. Es un activo estratégico que puede y debe diseñarse, medirse y controlarse, porque sin una relación sólida, todas las demás acciones de marketing se vuelven frágiles o insostenibles.
Sobre esa base se construye la Retención, entendida como la capacidad de mantener clientes activos y evitar su abandono. La metodología insiste en que retener es mucho más rentable que captar, pero no puede dejarse al azar. Requiere entender los factores de abandono, detectar señales tempranas de fuga y diseñar estrategias para fidelizar. Retener implica eliminar los elementos de expulsión y reforzar los motivos de permanencia, con acciones personalizadas, mejoras en la experiencia y programas que generen valor real. No es un deseo, sino un proceso que se planifica y se mide con rigor.
Una vez asegurada la permanencia de los clientes, entra en juego la Rentabilización. No todos los clientes tienen el mismo valor, y muchos incluso pueden representar pérdidas si no se gestionan adecuadamente. Aquí la metodología propone analizar la rentabilidad de cada segmento y diseñar acciones para profundizar la relación con los clientes más valiosos, mediante venta cruzada, upselling o mejoras en la eficiencia de atención. El objetivo no es exprimir al cliente, sino optimizar la ecuación entre valor aportado y costo de servicio, de modo que la relación sea beneficiosa para ambos lados.
La cuarta R es la Referenciación, que aprovecha la capacidad de los clientes satisfechos de atraer a nuevos clientes a través de sus recomendaciones. A menudo esta dinámica ocurre de manera espontánea, pero el modelo de Fernández propone estructurarla: medir las referencias, crear programas de incentivos, integrar la referenciación al plan de marketing y reconocer que un cliente que refiere vale más que uno que solo compra. Esta palanca convierte a la satisfacción en crecimiento orgánico, reduciendo los costos de adquisición y aumentando la confianza inicial de los nuevos clientes.
Otra dimensión fundamental es la Recuperación. Las empresas inevitablemente cometen errores, pero lo que marca la diferencia es la forma en que responden. La mayoría de los clientes no abandona por el fallo en sí, sino por la falta de respuesta adecuada. Recuperar significa tener canales de quejas y reclamos claros, procesos internos ágiles y una actitud empática que transforme una experiencia negativa en una oportunidad de reforzar la relación. La metodología sugiere medir el costo y el impacto de la recuperación, mostrando que, en muchos casos, el retorno de un cliente recuperado supera con creces la inversión hecha en atenderlo.
Por último, la Reactivación se centra en los clientes que, sin quejarse ni formalizar un abandono, han caído en la inactividad. Son clientes dormidos que alguna vez generaron ingresos y que suelen ser más fáciles y baratos de recuperar que un cliente completamente nuevo. El método impulsa a identificarlos, segmentarlos según su tiempo de inactividad y diseñar campañas específicas para atraerlos de vuelta. Aunque no todos regresan, incluso una pequeña tasa de éxito puede significar ingresos importantes y aprendizajes sobre lo que llevó a la inactividad.
Lo más valioso de la metodología es que las seis R no funcionan de manera aislada, sino como un sistema interconectado. La Relación es el eje que sostiene a las demás; la Retención asegura continuidad; la Rentabilización maximiza valor; la Referenciación transforma satisfacción en crecimiento; la Recuperación protege la relación cuando se rompe; y la Reactivación rescata oportunidades que parecían perdidas. Juntas, forman un círculo virtuoso que permite gestionar el ciclo de vida del cliente con un enfoque integral.
Metodológicamente, Fernández plantea un proceso claro para aplicar las 6R. Comienza con un diagnóstico de la cartera: analizar cuántos clientes hay, cuánto compran, cuándo abandonan, cuánto cuesta retenerlos y cuánto valor podrían generar si se optimizaran las relaciones. A partir de allí, la empresa debe priorizar en qué R enfocarse primero según su situación, puede que necesite trabajar en retención si sufre alto abandono, en recuperación si sus clientes se quejan sin respuesta, o en reactivación si tiene una base grande de clientes dormidos. La flexibilidad del modelo permite adaptarlo a distintas industrias y momentos de la organización.
El siguiente paso es diseñar acciones concretas por cada R priorizada, asignar responsables, recursos y métricas de seguimiento. No basta con ejecutar, se debe medir rigurosamente, comparar con las metas y ajustar en función de los resultados.
Finalmente, la metodología enfatiza la mejora continua: las 6R no son un ejercicio de una sola vez, sino un proceso que debe revisarse periódicamente para adaptarse a cambios en el mercado, en la competencia y en los propios clientes.












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