Octubre, 2025.- Vivimos una época fascinante para emprender y trabajar en marketing o ventas. Cada día aparecen nuevas plataformas y herramientas que multiplican las posibilidades de crear, segmentar y vender. Sin embargo, cuanto más ruido generan las novedades, más fácil es olvidar lo esencial, porque sí, las tecnologías cambian, y con la inteligencia artificial, cada vez más rápido, pero los fundamentos del marketing siguen siendo los mismos. Y quien lo olvida, pierde.
El primer principio es simple: el marketing es el arte de adquirir clientes de forma rentable. Significa invertir X esperando recuperar Z con retorno positivo. Punto. Puede sonar obvio, pero aún hay empresas que se dejan seducir por métricas de vanidad: seguidores, impresiones, views. Nada de eso importa si la caja registradora no suena. Cada campaña, cada post, cada inversión debe responder a una sola pregunta: ¿esto me acerca a más ventas sostenibles?
El segundo principio, es que el marketing tampoco se trata solo de atraer. Es un ciclo completo que incluye generar interés, transmitir confianza y demostrar valor, cerrar ventas con claridad y fidelizar para que el cliente regrese porque ama lo que recibe. Olvidar alguna etapa es como armar una mesa sin una pata: se tambalea. Un marketing que solo atrae, pero no fideliza es incompleto y termina siendo una receta para el fracaso.
Otro error común es creer que hay que estar en todas partes: Google, TikTok, Meta, LinkedIn, influencers, outdoors… la lista parece infinita. Pero aquí va una verdad incómoda, si se tiene un canal que escala con retorno positivo, la mejor decisión suele ser exprimirlo al máximo antes de abrir otros frentes. No se trata de diversificar por moda, sino por estrategia. Si un negocio vive de Google ADS y funciona bien, la estrategia no es abrir diez frentes nuevos, es escalar ese canal hasta el límite. Nuevas plataformas surgirán todo el tiempo, pero no hay que perseguirlas como espejismos.
No estoy diciendo que no se deba experimentar con nuevos canales o fuentes de tráfico, pero hay que hacerlo con presupuestos bajos, solo para probar. Si funciona, entonces hay que escalarlo, si no, hay que seguir concentrado en lo que ya está dando retorno.
El tercer principio y quizás el más olvidado es que el producto es, en sí mismo, la mejor campaña. Puedes gastar millones en publicidad, pero si el producto es mediocre, la promesa se rompe de inmediato. En cambio, hay empresas que jamás invirtieron un dólar en anuncios y aun así crecieron gracias al boca a boca: clientes satisfechos que se convierten en embajadores poderosos.
Muchos empresarios de éxito repiten con orgullo: “yo no gasto en marketing, todo va al producto”. Lo que no saben es que esa es, en realidad, la mejor estrategia de marketing. Los datos lo confirman: invertir en el producto es la decisión más efectiva que se puede tomar. No es casualidad que incluso Elon Musk lo haya dicho con claridad: “el mejor marketing es un gran producto”. Un excelente producto multiplica las ventas, reduce la necesidad de publicidad y convierte a los clientes en verdaderos fans: menos sensibles al precio y mucho más leales a la marca.
La conclusión es simple: estamos rodeados de herramientas, plataformas y medios, pero ninguno sustituye lo intemporal. El marketing es, ante todo, el arte de adquirir clientes de forma rentable, y para lograrlo es clave entender el ciclo completo de la venta. Quienes hablan de marketing suelen obsesionarse con lo nuevo, pero olvidan lo esencial: no son las plataformas ni los algoritmos, es el producto. El verdadero ROI no está en los clics, sino en la experiencia que ese producto deja en quienes lo reciben.
Los empresarios que lo comprenden saben que no se trata de perseguir métricas vacías, sino de crear algo tan sólido que transforme hábitos, mercados y vidas. Lo provocador es esto: la publicidad puede atraer miradas, pero solo un gran producto conquista corazones. Al final, las modas pasarán, pero quien domine lo humano a través de lo que ofrece hará que lo nuevo trabaje siempre a su favor. Lo demás es humo.
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