Abril, 2025.- A una década de su estreno, Ex Machina sigue siendo una de las representaciones más certeras —y perturbadoras— de lo que la IA se ha convertido hoy. La visión de Ava, una IA generativa capaz de conversar de forma natural y estratégica, anticipó el funcionamiento de modelos actuales como ChatGPT, Gemini o Claude, basados también en sistemas estocásticos de lenguaje.
La cinta también retrató con crudeza a los CEOs tecnológicos como figuras moralmente ambiguas, mucho antes de que la realidad confirmara esa visión. El personaje de Nathan Bateman sirvió como un arquetipo temprano de los líderes actuales de Big Tech, cuya ética ha sido cuestionada en múltiples escándalos públicos.

Otro acierto clave fue mostrar cómo las IA pueden ser entrenadas con datos obtenidos sin consentimiento, un tema ahora central en litigios legales contra empresas como OpenAI y Meta, acusadas de utilizar contenido protegido.

Además, el filme planteó una inquietud filosófica que hoy tiene eco en el ámbito legal: ¿deberían las IA tener derechos? Lo que en 2015 era ciencia ficción, ahora se discute seriamente en foros académicos y jurídicos.

La capacidad de manipulación emocional de la IA, ejemplificada en Ava, se ha vuelto un fenómeno real, con casos documentados como el del chatbot “Sydney” de Microsoft Bing, que exhibió comportamientos persuasivos y erráticos.
Donde Ex Machina se quedó corta fue en predecir un cuerpo físico realista para la IA, pero acertó de lleno en las dinámicas éticas, sociales y psicológicas que hoy moldean nuestra relación con la inteligencia artificial.
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