Corría el año 1987 cuando el resultado de mi test vocacional sentenciaba con precisión quirúrgica: Periodismo o Publicidad. Periodismo todo bien, entiendo, pero publici… qué?
Pasaron 35 años y la publicidad sigue siendo lo mismo.
La publicidad es esa cosa que se mete, te interrumpe, te molesta. Nadie prende la tele, escucha la radio o se conecta a internet para ver publicidad. La publicidad te aparece ahí, de sopetón, te invade, se entromete en tu vida y ni siquiera lo hace con un fin altruista, sino para decirte lo que tenés que hacer, lo que tenés que comprar y a veces hasta lo que tenés que pensar.
Y yo tenía que trabajar de eso. O al menos era la opinión de una reconocida psicóloga que había cobrado unos cuantos australes.
Hoy es un lugar común decir cómo ha cambiado todo.
Cambiaron los medios, los formatos, los dispositivos, pero nuestro trabajo no cambió. Se sigue tratando de cómo hacer para que esa intromisión sea lo más placentera posible, porque no es lo mismo ser interrumpido por un infomercial de Pancho Ibañez que por una película de Pucho Mentasti.
Yo veo a mis hijos que con un dedito, así en un segundo, quitan la publicidad de sus celulares y les digo: “Pará, sabés cuánta gente laburó en eso, gente como tu papá!! Un poco de respeto che!!”. Y la única forma que conozco de frenar esos deditos, de atraer la atención y hasta de conectar profundamente con quienes están del otro lado es a través de la emoción, tocándoles una fibra, generando una risa, una mueca, un llanto.
La tecnología avanzó mucho más rápido que el ser humano. Seguimos siendo seres primitivos que se conmueven por las mismas cosas que hace 2mil años. Un beso, una mirada, una palabra. No hay algoritmo que reemplace a la emoción.
Cuando se invente, me hago otro test vocacional.
Autor: Damián Kepel, Co-Founder Super
Comentarios