“En el corazón tenía la espina de una pasión, logré arrancármela un día y ya no siento el corazón.” Antonio Machado. A lo largo de la historia, muchos hombres y mujeres han abordado el tema de las pasiones. Para Jean-Paul Sartre, por ejemplo, una de sus grandes pasiones era la libertad. Para Aristóteles en Ética a Nicómaco, había un intento por conciliar las pasiones con la razón, y ya hablaba Maquiavelo también del carácter corrupto de la realidad y de la naturaleza pasional de los hombres. ¿En qué sentido estas son constitutivas de la naturaleza humana? se pregunta Sebastián Torres en Maquiavelo: las pasiones y la cuestión social, señalando que si aceptamos la tesis de que los hombres por naturaleza son seres pasionales, las reflexiones políticas pueden partir de un doble análisis: la determinación de las pasiones que ejercen mayor fuerza sobre las conductas humanas y a partir de ello, identificar los mecanismos político-institucionales por medio de los cuales es posible limitar o capitalizar estos impulsos. He terminado de ver la primera temporada de Lupin, la nueva serie de Netflix que ocupa los primeros lugares de popularidad. En la última escena, el detective de policía Youssef Guedira, se encuentra con el protagonista Assane Diop, quien había acudido a un fuerte a festejar el cumpleaños de su hijo, el cual, curiosamente coincidía con el cumpleaños del novelista Maurice Leblanc, autor de su novela favorita: Arsène Lupin, caballero y ladrón. El detective había estado investigando sobre la relación de diversos robos, cometidos con la audacia e inteligencia del protagonista, quien se inspiraba en la novela para realizar cada uno de ellos. En la escena final, el detective lo encuentra justo en el fuerte, sin tener algún indicio de que pudiera estar ahí, pero sabiendo que precisamente esa fecha, era especial y única para encontrarlo justo en ese lugar. La escena, sin duda me recordó un tema que he traído en la mente desde hace un par de meses, una frase de la increíble película El secreto de sus ojos, (una de las favoritas de mi hermano, que volvimos a ver en las vacaciones pasadas). El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, co-escrita a partir del guion original de Eduardo Sacheri, es una de las mejores películas argentinas de la historia y la esencia se resume a esta frase: “el hombre no puede renunciar a sus pasiones”. Recientemente, un profesor de mi maestría hacía referencia a la mejor escena de la película. En ella, Pablo Sandoval, amigo de Benjamín Espósito, se encuentra con él en un bar y ambos discuten sobre dónde podrían encontrar al asesino del caso que intentan resolver. Pablo comienza a interpretar algunas cartas y descubre la pasión del asesino sobre el tenis, de esta forma, concluye que el tipo podría cambiar de cara, de nombre, de familia, de lugar, pero de lo que no puede cambiar, es de pasión. Por ello, podrían haberlo buscado por meses haciendo guardia en la estación del tren, o por toda la ciudad sin éxito, pero si iban al partido de esa noche, seguro lo encontrarían ahí. Las pasiones son impulsos irracionales, deseos, motivaciones; algo que nos encanta hacer porque define lo que somos y dejarlo, si bien no nos priva de vivir, existir sin lo que nos emociona, sería sobrevivir. Para conocer, convencer o llegar a alguien, debes conocer su pasión, que no es lo que te mueve solo en el ámbito profesional, personal o social, sino aquello que haces y no puedes dejar de hacer, sencillamente porque te llena el alma. AUTOR Alejandra Cerecedo Constantino:
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