Todos ya han hablado de ella. Los políticos la utilizan para nombrar un escenario que no han podido dilucidar, los “especialistas” de todos los campos dictan que nos preparemos para recibirla. No se han quedado atrás los expertos en marketing que nos recomiendan adaptarnos a ella con preguntas en hervor como ¿Qué deberían hacer o decir las marcas? ¿Cómo será el nuevo consumidor?
Ella es la “nueva normalidad”, las seductoras dos palabras que parecen endulzar como miel cualquier discurso, dos palabras que ensamblan una contradicción en sí misma por una simple razón: La normalidad es una adopción progresiva de formas y maneras que requieren un proceso, un tiempo que las añeja y las termina “normalizando”.
Lo que llamanos “nueva normalidad” es más bien un golpe seco del poder de la naturaleza que tiene tambaleando a la humanidad hace más de 100 días. El golpe se convirtió en varios golpes: intercontinentales, confinadores, irrespirables y mortales, por supuesto.
Un pensamiento curtido en la observación nos lleva a descubrir un mundo con más cámaras y pantallas, con menos contacto físico y con ciudades menos congestionadas. Todos esto probable, pero tampoco una “nueva normalidad”.
Dicho esto, creo que si algo va ser normal, eso debería ser nuestra capacidad de empoderarnos de la dinámica del cambio, de aquellas agallas que se producen en la incertidumbre, en un mundo que busca el equilibrio con decisiones diarias y vitales.
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