Tendría yo unos 15 años cuando me enfrasque en una batalla verbal con un compañero de clase. En retrospectiva, Enrique y yo estábamos metidos en una pelea ya bastante recorrida, algo ñoña, pero al calor del momento se sentía nueva e importante; imperativo ganar el duelo de palabras. Discutíamos sobre la importancia de ciencia vs. arte, y todavía recuerdo claramente cómo cerró su caso con el argumento potente – y, para mi desgracia, irrefutable – de que sin la ciencia la vida como la conocemos no sería posible. Ni qué decir a eso.
Si hay un aspecto positivo a rescatar de todo lo que está sucediendo en la cuarentena – que positivos sí hay, y admitirlo no es tener ceguera ante la infinidad de tragedias que ahora nos rodean – es que la creatividad finalmente se está valorando en su justa dimensión. Desde videos de TikTok, hasta libros, series y contenido en general que la gente busca tan ávidamente para distraerse y tratar de encontrarle sentido al caos, quizá como nunca antes la gente está volteando a ver al arte y los artistas con una especie de reconocimiento que simplemente no existía.
Y Enrique tenía razón, todo esto quizá no sea tan importante como la vacuna que estamos buscando, pero definitivamente es una vacuna ante la monotonía, incertidumbre y, sobretodo, ante el sufrimiento.
Con esto no quiero decir que los publicistas seamos artistas. Lejos de eso. De hecho, definitivamente puedo asegurar que no nos sentimos así cuando estamos haciendo posteos, banners o la infinidad de talacha mata-almas que ocupa la mayoría de nuestro tiempo. Pero a la vez, como «creativos», somos frecuentes testigos del poder de las ideas, y sabemos que en nuestros mejores días, cuando los planetas se alínean, somos capaces de sacar ideas al mundo que trascienden el ámbito de la publicidad y tienen la capacidad de conmover, entretener y provocar reflexión; de recorrer, y ayudar, al mundo. De influir en política y medio ambiente. De cambiar legislación.
Justo hace unos días leía un artículo acerca del manual de comunicación de la OMS, en el que se enfatiza que la forma en la que se comunica información al público es tan importante como la información en sí. Formas y fondo, entrelazados. El cómo a la altura del que; una pequeña prueba de que hasta en una epidemia global la ciencia necesita del arte para esparcirse.
Ojalá que alguna de las cosas que cambien para bien después de La Cuarentena – época de tiempo que seguramente quedará definida en su propio tiempo y espacio, casi como la era Mesozoica – es que la gente no se olvide de la importancia de la creatividad; del conocimiento de que alguien, con sólo una pluma y libreta, pueda impactar el mundo, aunque sea por sólo unos segundos. De que siempre recordemos de que en algún texto, en la emoción del esbozo de una idea, hay un tipo de vacunas que la ciencia nunca será capaz de encontrar.
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