El reloj marca las 8:10 y caminaba a la orilla de un río espeso y tranquilo rumbo al trabajo, buscando una idea acerca de qué podría escribir en mi próxima entrega a Roastbrief y no se me ocurre nada. Sigo andando sobre el malecón y veo a un perro echado con la lengua de fuera esperando a su dueño a un lado de él, quien con esfuerzo intenta su tercer lagartija, dudo que logre la cuarta.
A través de mis audífonos sale la dulce voz Sara Bareilles con Gravity y mientras avanzo, observo pájaros, árboles, ardillas y hojas sobre el agua. Me detengo un momento y de pronto, me siento como Blanca Nieves en el bosque. Suelto una carcajada y el señor de las lagartijas me ve con cara de alarma y se retira seguido por su perro. En la ciudad todavía se sentía la quietud de los últimos días de vacaciones de Semana Santa.
Percibo todo lo anterior como una distracción de mi pensamiento inicial de qué escribir y aún no lograba una sola idea. Aunque tenía una lista de probables temas por abordar, ninguno de ellos me inspiraba; necesitaba algo distinto pero no consiguí ninguna idea… y es ahí cuando sucedió: “¡Eso es!, ¿de dónde vienen las ideas?” Escribamos sobre eso.
Todos creemos que las ideas provienen de lugares fuera de este mundo o que están en el aire esperando nuestro llamado para existir. Suena bastante divino pero detrás de ello hay ciencia.
La idea es una representación mental que surge a través de la imaginación e implica reflexión, creatividad e intelecto. Los pensamientos por sí solos no son ideas sino elementos que nos conducen a tener una; millones de conexiones neuronales tejiendo redes en nuestro cerebro creando escenarios proyectivos en busca de soluciones.
Siendo honestos no existe una fórmula mágica en la creación de nuevas ideas. Podemos encontrar algunas técnicas de creatividad mediante estrategias mentales de resolución de problemas; pero la verdad es que cada quien crea su propia norma para desbloquear su mente.
Nadie conoce mejor su pensamiento como uno mismo. Sin importar el método utilizado, no olvidemos que el objetivo del proceso creativo es resolver el problema. Si para el camino elegido para encontrar ideas no funciona, cámbialo las veces que sea necesario.
Hace tiempo escribía que las ideas nacen en silencio; y si bien la concentración que nos conduce a una idea puede provenir de la ausencia del sonido, éstas no sólo se producen ahí. Las ideas se originan cuando pensamos libres y son una respuesta que nace dentro de nosotros estimulada por las posibilidades y fundamentada por las experiencias. Podemos encontrarlas al observar la naturaleza, frustrados dentro del tráfico, soñando, trabajando, estando tristes o alegres. En su libro 30 ideas sobre las ideas, Marco Colín, ilustra de manera graciosa y muy acertada cómo generamos, desarrollamos y compartimos nuestras ideas.
Para un creativo publicitario, la idea debe ser su mejor amiga, su acompañante a diario, su instrumento de trabajo y de vida. Pero no son exclusivas de este oficio… médicos, chefs, chóferes, jardineros, abogados y toda mente humana que desee encontrar soluciones, crear conceptos o definir ideales, debe de asir a la idea como su bandera.
Desde que somos pequeños, nuestra mente curiosa está sedienta de conocimiento y llena de preguntas. Conforme crecemos y conocemos el mundo, comenzamos a despejar dudas a través de la imaginación y la experimentación. Al pensar y razonar obtenemos mayor información que nos ayuda a entender conceptos cada vez más abstractos, tales como el lenguaje, el aprendizaje o la ciencia.
Sin saberlo, vamos por la vida llenando nuestro cerebro de material para crear ideas: poesía, cultura, sexo, deporte, historia, folclor, creencia, política, filosofía, música, en fin… todo es útil. Dicen que la necesidad es la madre de la creatividad y en ese sentido las ideas nacen de la búsqueda de una respuesta para algo.
Esa idea que flota por ahí esperando a germinar antes de verla brillar, hará que nazcan más ideas en nosotros…y quizá hasta en los demás, ya que para todos la idea es eternamente nueva.
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