Hace 10 años fui a México por primera vez. Fui de mochilero, me quedé en un hostal compartiendo habitación con los que parecían ser unos traficantes de armas (parecían, pero no eran). Hasta el momento esa era una de las mejores experiencias de mi vida (no por los roommates), ya que tuve la oportunidad de recorrer gran parte de México y aprender de su cultura.
Una década después, regreso ahora como profesional a dar una conferencia en el Talent Land de Jalisco y se ha transformado en otro de los momentos más memorables de mi vida, no por mi trabajo, que por supuesto que fue muy gratificante, sino por la experiencia en sí.
Ver a tantos jóvenes interesados en el conocimiento, ir de una conferencia a otra, poder descansar a la hora que quisieran en sus carpas para retomar energía y poder continuar alimentando sus cerebros, me produjo una profunda sensación de “retroenvidia”.
Cómo me hubiera gustado tener un evento como el Talent Land en mi juventud. Cómo me hubiera gustado tener la posibilidad de conocer el mundo bajo un mismo techo, donde todas las razas, todos los géneros e incluso todas las edades, comparten sus gustos por la ciencia, la tecnología y la cultura popular.
Un lugar donde un niño de 8 años transmite en vivo para su canal de Youtube un juego masivo de Fortnite, un lugar donde nadie teme ser bulleado o ridiculizado por sus gustos porque se celebra la diferencia, un lugar donde un profesor de matemáticas dice que va a rifar una calculadora y la gente grita más que en concierto de los Stones.
Esta experiencia no solo me ha impactado en lo profesional, sino que lo ha hecho en lo personal. Quiero que mis niños se metan de lleno en este tipo de eventos y puedan aprovechar al máximo lo que el mundo tiene para enseñarles, ya que me hice profesor porque me gustaba enseñar pero me quedé porque me fascina aprender y deseo compartir ese sentimiento con mis hijos.
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