Contiene spoilers continuar con la lectura del texto es bajo tu propio riesgo y curiosidad.
La segunda temporada de Diablo Guardián es la última de la serie y nos muestra que no todo tiene por qué durar 7, 8 o 12 temporadas para contar una historia.
La historia de Rosa del Alba, Rosalba o Violetta, extraordinariamente interpretada por Paulina Gaitán encuentra un final lleno de lugares comunes –típicos– de una buena historia policíaca. No conozco la novela de Xavier Velasco en la que se basa la serie, pero es indudable que después de ver la serie no siento la menor curiosidad de leerla, creo que lo hecho por TAO (filial de Televisa, creada por Isaac Lee) demuestra que la serie es más que suficiente, y creo, además, que la segunda temporada es lo suficientemente decepcionante para no ahondar en la novela.
Al principio de la serie, Pig, llega hasta la tumba de Violetta para robar un casete y depende de la estructura narrativa, que al segundo capítulo hayamos olvidado el asunto, de esta manera me imagino que en el capítulo final la reaparición de Violetta en el Corvette amarillo surte en el lector el efecto deseado de sorpresa, algo que no sucede en la serie, por la forma puntual de los flashbacks en los últimos capítulos de la segunda temporada que nos invitan a intuir –una sola y única vuelta de tuerca posible–: Violetta demostrará al final estar viva.
Debo admitir que, a pesar de muchos ‘peros’ sí esperaba esta segunda temporada con curiosidad, tal vez por continuar viendo ese deseado duelo de actuaciones entre Paulina Gaitán y Andrés Almeida (Nefastófeles) actores excepcionales que dieron cuerpo y vida a la primera temporada. Desgraciadamente, la segunda temporada abunda más en el personaje del escritor, periodista apodado Pig, que no sé si es así de poco interesante en la novela o está muy mal interpretado por el actor Adrián Ladrón, que parece haber sido seleccionado por su parecido con Xavier Velasco y no por su capacidad histriónica. Por su parte, el regreso de Xavier Velasco como el editor de Pig, demuestra con sus apariciones a cámara, un ego inmenso y capacidad actoral nula. “Zapatero a tus zapatos”, dice el dicho.
La segunda temporada resulta deslavada, carente de la fuerza decadente de los personajes que nos vendieron en la primera temporada, convirtiendo el mundo de la publicidad en algo aséptico y lleno de lugares comunes, carente del glamour corrupto que tenían los hoteles de lujo, y de paso de la primera temporada. La fuerza que se espera de las secuencias tanto de la orgifiesta y el asesinato de Bosco, resultan una clásica visión moralina y prejuiciosa de las audiencias de Televisa, muy lejos de la certeza llana de la primera temporada, en la que la antiheroína sin ser aspiracional, como muchos personajes viles y descarados en la historia de la narrativa, el cine, las series o el teatro se vuelven aspiracionales para muchos, independientemente que no podemos evitar ser empáticos con ellos. Me imagino que más de una chica se identificó con lo cabrona de Violetta. Pero para la segunda temporada Violetta es más light, la esencia del personaje se pierde sin que se nos haya advertido nada en la primera temporada y, desgraciadamente, Nefastófeles, se convierte más en un arquetipo que tiene buenas frases de humor negro, que el sinvergüenza, proxeneta, drogadicto y maldito que es en la primera temporada.
No sé si la salida de Isaac Lee de Televisa influyó en esto, o si la novela también se parte en estas dos narrativas que se alteran de manera minúscula, pero muy sensible en los personajes. ¿O acaso la serie ha dejado fuera una parte crucial del texto que da pie al cambio? No lo sé, pero para mí como espectador de la serie algo me faltó y en parte me sentí engañado.
El esfuerzo por realizar una serie fresca y atractiva está ahí, siendo por mucho la primera temporada la mejor. Eso no demerita el extraordinario trabajo de Gaitán y Almeyda, quienes siguen siendo el cuerpo y alma de Diablo Guardián
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