La narrativa de Roma y la de Juan Rulfo dejan un mensaje importante: México es un país forjado en la violencia y el olvido.
La desesperanza que permea la Literatura de Juan Rulfo es tristísima. Pareciera que por la mera condición de estar en estas tierras los mexicanos están condenados a la tragedia; aún con eso, se sobrepone una característica primordial: la fe.
La modernidad orilla a las personas a evitar cualquier tipo de confrontación, por lo que la violencia que se vivía en la segunda mitad del siglo XX nos parece brutal, pero no desconocida: aún ahora nos desarrollamos en un clima hostil y fragmentario. Y hacemos cualquier cosa para huir.
Son innumerables las críticas que recibe la película de Cuarón, y también, en su momento, Juan Rulfo fue rechazado por las mismas situaciones: simpleza, cotidianidad.
Tal vez, y evidentemente, Roma no nos dice nada nuevo que no nos haya dicho ya mucho de la narrativa mexicana; pero sí es un gran canal estético para la memoria, para la reconstrucción sensible del pasado y para el análisis crítico en torno a qué es nuestra cotidianidad y cuál es nuestra esencia como mexicanos frente al bombardeo político, cultural y mediático de otros países y de México; frente a los propios mexicanos desconocidos; frente a la figura femenina en todas sus manifestaciones; frente a nosotros mismos; frente a la violencia y el abandono; frente a otros tiempos y otras lenguas; frente a ‘lo otro’.
A fin de cuentas, me parece, la sensibilidad es una de las virtudes más grande de la condición humana.
Fue el 7 de enero de 1986 que Juan Rulfo murió. Por su parte, apenas ayer Roma fue galardonada. De la proximidad de estos hechos derivaron estas ideas.
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