“Tan absurdo y fugaz es nuestro paso por el mundo que sólo me deja tranquila el saber que he sido auténtica, que he logrado ser lo más parecida a mí misma”.
– Frida Kahlo.
El pasado 13 de julio se cumplieron 64 años de su muerte, Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón, mejor conocida como Frida Kahlo, se sigue manteniendo como «la artista femenina más famosa de la historia».
La vida de esta pintora mexicana estuvo marcada por el infortunio de contraer poliomielitis y, después, por un grave accidente en su juventud que la mantuvo en cama durante largos periodos, llegó a someterse hasta a 32 operaciones quirúrgicas. También sufrió la amputación de su pierna debido a una infección de gangrena, provocándole una gran depresión con varios intentos de suicidio.
Frida nunca se detuvo ante los hechos tangibles para llegar y expresar su propia verdad: su vida estuvo marcada por ser poco convencional; sus obras giran temáticamente en torno a su biografía y a su propio sufrimiento.
Para comprender su naturaleza y sus pinturas es necesario que nos ubiquemos en el contexto de la Historia en que sucede su vida. A Frida le toca nacer en el medio del caos político que vivía México, el cual pasaba por un proceso de sangriento renacer. Por ello, esta realidad la fue moldeando y definiendo.
Kahlo se alternaba intensamente entre la languidez y pintando obra personal. Cerca de una tercera parte de su obra está compuesta de autorretratos. En algunos, su rostro, como una máscara, refleja una mirada fija e impasible. En otros en cambio, una gráfica y detallada representación de sus órganos internos nos revelan en correspondencia el estado de su mente. Ella era capaz de, en una sola imagen, revelarnos y revelarse.
El trabajo de Frida, algunas veces fantástico y otras sangriento, ha sido definido como surrealista y otras como realista:
«No sé si mis pinturas son o no surrealistas, pero de lo que sí estoy segura es que son la expresión más franca de mi ser […] mis temas han sido siempre mis sensaciones, mis estados de ánimo y las reacciones profundas que la vida ha producido en mí”, escribió una vez.
La figura de Frida y su obra son un desafío; su estética evolucionaba con ella y reflejaba cada etapa: dibujó un feto en su corsé para reflejar su dolor al no poder ser madre, se cortó el pelo como signo de rebeldía tras la infidelidad de su marido con su propia hermana, se dejó crecer el entrecejo y el bigote como símbolo feminista contra el machismo de la sociedad.
En otras palabras, supo lanzar un mensaje al mundo a través de su apariencia sin tener que hablar y logró convertirse en un ser eterno a través de su obra.
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