LOL, ALV, YOLO, SWAG, BFF, OMFG, ANUMA y otras palabras más son parte del nuevo (y no tan nuevo) lingo entre los llamados millennials, jóvenes que acuñaron su leguaje inmersos en las redes sociales, esparciendo sus vocablos en escuelas, conversaciones por WhatsApp y memes por todo internet.
En lo personal conozco parte de estos modismos, pero más de una vez he sido presa de alguno que no entiendo. ¿Y qué pasa cuándo no somos capaces de descifrar el mensaje que nos transmiten? Para entender este manifiesto, vayamos atrás en la historia.
Desde nuestros ancestros que imitaban los sonidos de la naturaleza en los albores de la humanidad y se inventaba así la expresión hablada, el hombre creó códigos que le permitieron comunicarse con otros. El lenguaje, definido como algo propio de la lengua de un pueblo, juega un rol valioso en la definición de nuestra sociedad. En ese sentido en particular, la conquista española en América representó un primer choque cultural, fuimos forjados por el mestizaje de ideologías, creencias y dialéctica.
En cuestión del diálogo, recordemos que al comunicarnos se necesita al menos un emisor, canal, mensaje y receptor. Los antiguos filósofos griegos definían a la dialéctica como el arte de conversar y argumentar algo desde los principios personales basados en la tesis, antítesis y la síntesis; una especie de “alguien dice, otro contesta y así se destilan las ideas”. Cada día se crean nuevos conceptos que a su vez necesitan ser nombrados.
Volviendo a los millennials, no es nada nuevo que el usuario se apropie de la lengua y la transforme a su antojo. Todos en la juventud inventamos una propia críptica para comunicarnos con otros de igual edad; una rebelde escapatoria del dominio de los mayores, llámese padres o maestros. Tan sólo en 2017, la RAE agregó cerca de 20 nuevas palabras a su diccionario, tales como Amigovio, Friki, Tuit, Papichulo o Palabro por nombrar unas pocas. Palabras que los usuarios han incorporado al idioma español y la academia terminó por incluirlos oficialmente.
Entonces, después de leer todo lo anterior ¿qué pueden las marcas aprender de esto? Mucho. Entender el lenguaje del público en general es fundamental en el proceso de comunicación y para profundizar en él quizá sea necesario ampliar los paradigmas dialécticos analizando su fenómeno lingüístico actual.
Para entender a las personas hay que examinar su comportamiento, detectar patrones y destacar tendencias. Estudiar el lenguaje podría ayudar a comprender aspectos de la personalidad de la gente y así tener una comunicación más efectiva.
Unos de los aspectos culturales a observar para comprender los hábitos y costumbres de un grupo, podría ser la música, ese idioma universal que nos conecta a todos por igual.
Entré a billboard.com y busqué en la lista de canciones más populares de la semana en turno; fuera de Maroon 5, Taylor Swift y Ed Sheeran, casi todas las caras eran desconocidas para mí. Trap, Drill, Moombahtrap y el reciente masificado reggeatón, son sólo algunos de los géneros predominantes en las listas de popularidad. Estudiar este submundo musical puede arrojar datos interesantes relativos a moda, baile, bebidas, autos, diversión y muchos otros, para que las marcas mejoren su experiencia.
En YouTube, el 60% de los usuarios entre los 35 y 54 años de edad, busca música al menos una vez por semana. Si las marcas se construyen de la relación entre el consumidor y su experiencia con las mismas, éstas deberían analizar a esos usuarios y conocer más de ellos; cómo hablan, visten o interactúan entre sí.
Si la sociedad está en constante cambio, todo lo que gira alrededor de ella también sufrirá una metamorfosis. La música, la comida, el arte o el cine como lenguajes expresivos, son materia a la que hay que poner mucha atención.
En fin, pase lo que pase, siempre habrá nuevos ritmos y tendremos que encontrar movimientos cadentes que permitan adaptarnos a sus bailes y poder así disfrutar todos de la fiesta.
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