Hay un fenómeno recurrente en estos tiempos líquidos, al que denomino “avidez superficial”. Se trata de todo lo que expresa una persona acerca de un supuesto interés en un tema o causa en particular, pero no hace nada para profundizar.
La imagen que lo representa, por ejemplo, en el área del conocimiento, es la de aquel que mira la superficie, pero no va al fondo. Es la diferencia entre hacer snorkel o buceo: en la primera sólo verás la capa superficial y mantendrás el control todo el tiempo; en la otra, podrás ver más profundo y pueden presentarse imprevistos en ese viaje a lo desconocido, porque te sumerges en un mundo nuevo.
Así, por ejemplo, es frecuente escuchar la queja de quienes expresan su desazón porque “no hay oportunidades”, “no hay cursos ni capacitaciones aquí cerca” o “esas cosas pasan en las grandes ciudades”; y sin embargo, ni siquiera se acercan a participar de los actos, espectáculos, cursos y conferencias, ni a las bibliotecas de su propia ciudad. Lo mismo sucede con los que se quejan de algo en las redes sociales, o suman su crítica o comentarios socarrones hacia las personas que construyen nuevas realidades, pero no aportan nada significativo desde su cómodo sillón de observador.
Lo mismo pasa cuando se muestran interesados en participar de un curso, y, con la excusa económica, terminan invalidando esa propuesta: lo curioso es que es muy probable que haya muchas otras opciones a pocos metros de distancia, y tampoco lo toman. Y, peor aún, el hecho de que, si se abre la oportunidad de tomar el mismo curso gratis, tampoco irían inventándose una serie de excusas.
Es decir, se quejan, muestran una avidez totalmente superficial; y, si dan el paso para participar de alguna experiencia de aprendizaje, su nivel de involucramiento es tan por encima que se pierden la sustancia de lo que podrían haber capitalizado.
Algunos ejemplos de avidez superficial
- La persona manifiesta estar interesada en algo, y no hace nada por conseguirlo.
- La persona pone excusas como “avísame con más tiempo la próxima vez” o “justo ese día no puedo”.
- La persona piensa que tiene derecho a que le den todo servido.
- La persona se resiste a hacer su parte de ejercicio intelectual.
- La persona se basa más en el símbolo (estatus, fama) que en la experiencia real.
- La persona abusa del que comparte conocimiento.
- La persona quiere recetas rápidas para solucionar los problemas de su vida, y que las ejecute otro. Es más cómodo no involucrarse ni siquiera en mejorar.
La esencia de la avidez superficial
La avidez superficial nace de un pretendido sentido de profundidad que una persona quiere mostrar hacia afuera; sólo que, por la propia dinámica de lo profundo, eso se construye exactamente al revés: desde adentro.
Surge así la dicotomía entre el “quiero” y el “no hago nada para conseguirlo”/“no me tiene que costar”.
Este comportamiento limitante está tan arraigado que se basa en el principio de comodidad, donde la persona busca ser satisfecha sin apenas mover un dedo.
En muchas personas de todas las edades, el valor del impulso hacedor del otro es un bien poco considerado; de allí que, por ejemplo, hay tanta liviandad al desconsiderar el trabajo del otro: no se pone en la balanza cuánto ha invertido esa persona para formarse, capacitarse y para llevar adelante su carrera. Lo quieren tener, y al menor costo posible.
También surge de una aparente sensación de plenitud cuando se tienen conocimientos dispersos y superficiales de muchas cosas, sin que la persona se comprometa a ir profundo para ser un excelente profesional. Es el caso del estudiante que cumple la tarea para “apenas” sacar la nota que le permita zafar de un examen.
Otro condimento de avidez superficial es la liviandad de los bebés, que se manifiesta cuando la persona quiere que le den la papilla completamente procesada. Este efecto produce un entumecimiento en sus propias capacidades para generar algo de valor dentro de sí, y lo limita de sobremanera para ponerse metas más altas y avanzar. Porque en tanto se mantenga en la superficialidad es poco probable que profundice en su auto conocimiento, con lo rica que podría llegar a ser su experiencia de vida.
Finalmente, otro rasgo de avidez superficial es la urgencia: el típico ejemplo es cuando alguien solicita algo en particular con un sentido de ansiedad y urgencia tal, que, una vez conseguido, no es respondido ni siquiera con un gesto de agradecimiento; lo que, en sí mismo, es desconsideración por el otro.
5 claves para superar la avidez superficial
- Practicar el compromiso genuino con lo que la persona quiere: es preferible pocas cosas bien hechas, que muchas por la mitad.
- Establecer prioridades en cuanto al conocimiento al que se quiere acceder: definir los temas y ejes en los que desea involucrarse, y hacerlo a fondo.
- Advertirse conscientemente cuando esté navegando en su avidez superficial: entrenarse para que surja una alarma interna que le permita corregir el rumbo.
- Evitar acciones pretenciosas que fomenten la avidez superficial.
- Aprovechar al máximo las oportunidades que se presenten, si van de acuerdo con su plan de vida y los temas en los que esa persona quiere profundizar. De lo contrario, si no lo llevará a consciencia, elegir no participar en esas experiencias.
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