Lo primero que debemos entender es: lo poco que conocemos frente a lo “mucho” que sabemos.
Aunque existen muchas acepciones para estas dos palabras, yo utilizo las que me dio Mohammed Arce, docente de la facultad de psicología de la BUAP, para desarrollar el punto al que quiero llegar. “Saber” es todo aquello que aprendemos como concepto, pero del cual no poseemos información detallada, precisa ni experiencial.
“Saber” es todo aquello que aprendemos como concepto, pero del cual no poseemos información detallada, precisa ni experiencial.
Yo sé que la Luna gira alrededor de la Tierra, aunque jamás he prestado atención a sus movimientos ni estado en ella para apreciar un giro completo. Sé que estoy compuesto de células, aunque no he visto mis células ni las siento. Sé que existe el hambre en el mundo, aunque jamás he padecido más que un leve hueco en el estómago producto de no comer durante 10 horas.
Conocer, por otra parte, implica una experiencia profunda e íntima con el objeto aprendido, un entendimiento que va más allá de las palabras que componen una definición.
Conocer, implica una experiencia profunda e íntima con el objeto aprendido, un entendimiento que va más allá de las palabras que componen una definición.
Casi todos conocemos el frío, la sensación del viento rozando la piel, el sabor de una manzana o el enervante placer del orgasmo…
Mi maestro decía que, conocer implica saber todos los detalles de ese algo que conocemos. El peso exacto y edad de la manzana que me como, la cantidad de ladrillos que componen mi casa, etc.
Bajo esta idea, es seguro decir que nadie conoce nada. Yo prefiero creer que el conocimiento es saber relleno con experiencia, un aprendizaje conceptual fundamentado en una vivencia consciente de dicho concepto.
Yo prefiero creer que el conocimiento es saber relleno con experiencia, un aprendizaje conceptual fundamentado en una vivencia consciente de dicho concepto.
Entonces ¿Qué pasa con el autoconocimiento?
Siguiendo la anterior line de pensamiento, sería fácil intuir que por el hecho de vivir en nuestra piel todos los días nos conocemos a nosotros mismos. Nada está más lejos de la realidad que esta afirmación.
Los humanos somos seres biopsicosociales, lo que quiere decir que estamos configurados por elementos biológicos (herencia genética, bioquímica), psicológicos (percepción, cognición, emoción), y sociales (educación, ideología, costumbres). A nivel individual, somos el resultado de nuestro contexto histórico, de las vidas que vivimos, las cosas que nos enseñan e interiorizamos. Muchas veces sentimos y pensamos de la misma manera en que caminamos, automáticamente y sin conciencia del proceso.
Al menos en México, y principalmente como hombres, los individuos viven ajenos a su propio mundo interno. Aquí cabe aclarar que el pensamiento no es la única esfera que integra al ser, y es la que más “habitamos” actualmente. La mayor parte del tiempo estamos pensando en lo que tenemos que hacer o lo que hicimos, es alguna de las miles de maneras que tenemos para distraernos en esta época.
Subrayo a los hombres como población vulnerable en este aspecto porque la idiosincrasia mexicana, tradicionalmente machista, le estigmatiza el expresar las emociones (al menos las “positivas”) y lo estereotipa como “frío y calculador”, relegando el mundo de las emociones a las mujeres.
Existen aproximadamente cien palabras para describir diferentes estados emocionales y sentimientos, pero la población en general no conoce ni 20. Las diferencias entre cada emoción suelen ser sutiles pero significativas, por lo que es preocupante que no se conozcan, y a medias se sepan.
¿Cómo podemos pretender tomar una decisión bien pensada si no sabemos realmente qué queremos y por qué lo queremos? ¿Cómo podemos aspirar a un bienestar si no sabemos qué es “estar bien”?
A manera de ejercicio, te invito a contestar honestamente a la pregunta “¿Cómo estás?” cuando te la hagan. No se vale contestar “bien”, puesto que “bien” no es un estado emocional. Verás lo difícil que resulta verbalizar los matices emocionales que experimentamos a lo largo del día.
AUTOR Aldo Medina Mares Intronauta, acumulador de ideas. Ser anacrónico con complejo de antagonista, mexiquense de nacimiento pero sin identidad nacional. Psicólogo de formación, artista de aspiración, ávido lector de ciencia ficción y fantasía, músico frustrado, filósofo de cantina, metalhead heterodoxo, glotón irremediable. No le gusta el cine ni el pescado. Sígueme en Twitter como @antialmma
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