El potencial creativo del ser humano le ha colocado en una posición de ventaja sobre los demás seres que habitan esta burbuja de ilusiones. Hemos aprendido a usar esos apéndices tubulares al extremo de nuestros brazos de maneras insospechadas: desde prodigios en aras de la expresión, de la vinculación con nuestros congéneres, de la comunión entre psique, soma y pneuma, hasta el diametral extremo de la individualización, del aislamiento, del odio a la otredad, culminando en un culto al «Yo» que venda los ojos y entumece al cuerpo.
Contrario a la idea imperante de que el humano es malo y egoísta por naturaleza, hay evidencias biológicas, psicológicas y antropológicas de que el humano está diseñado para cooperar y vincularse, y que es en esta línea de acción que un individuo puede construir un camino de autorrealización duradero.
Hay que tener presente que la historia de la humanidad va mucho más allá que los acontecimientos del milenio pasado, sin perder de vista que en ese breve periodo de tiempo, han surgido las claves para comprender la actual situación a nivel mundial.
Esta doble visión nos permite entrever cómo, cuándo y dónde nos hemos perdido a nosotros mismos como especie, sepultándonos bajo las piedras de la doctrina, la grava de las costumbres sin significado y apisonados por las instituciones.
Retomando el punto del potencial creativo, ya lo decía el Tío Ben: “con un gran poder viene una gran responsabilidad.”
Los humanos, le pese a quien le pese, somos animales; animales dotados con una capacidad creadora que no tiene par ni precedente conocido en el planeta, y esto ha hecho que nos coloquemos a nosotros mismos en una posición privilegiada por encima de los demás integrantes de la biósfera, creando los medios para manipular nuestro entorno y acomodarlo a nuestras necesidades. Hemos creado mitos que justifican la explotación de la naturaleza al colocarnos en el eje la creación, al transformarnos en hijos de una o más divinidades.
Actualmente esos mitos han sido desechados como simples cuentos por una vasta mayoría de personas, pero sus efectos siguen tan vigentes como cuando fueron entretejidos. Estamos en un momento interesante donde las personas han dejado atrás la espiritualidad y la han remplazado por el conocimiento científico, pero esto no cambia el hecho de que seguimos siendo una especie egocentrista que se ve a sí misma como ajena a la naturaleza que le concibió.
Una buena parte de esa comunidad científica ha retomado la noción de que el hombre no es una cosa ajena a la naturaleza, sino un elemento más en ese complejo sistema.
Si entendemos las cosas desde esta perspectiva, se vuelve evidente que el humano, de la misma manera que todos los demás seres, tiene una función que desempeñar para mantener la homeostasis del complejo sistema biológico que hay en la Tierra.
Hasta ahora, la menor parte de la humanidad se ha vuelto consciente de su lugar en el planeta y tomado cartas en el asunto. Yo creo firmemente que eso se debe justamente a que la sociedad nos programa ideológicamente para vivir de manera hedonista, y que pocos son los que se atreven a hacerse responsables de sus acciones y de las consecuencias que éstas traen a corto, mediano y largo plazo.
La sociedad nos programa ideológicamente para vivir de manera hedonista
Para que se desarrolle esa conciencia, es necesario experimentar la grandeza del planeta y nuestro diminuto tamaño en comparación, o poseer el suficiente conocimiento teórico sobre aspectos relacionados con esa temática.
La tarea que corresponde a quienes han alcanzado el entendimiento necesario para preocuparse por el medio ambiente es, además de actuar congruentemente con sus ideas, promover la evolución de la conciencia de las demás personas que aún no han comprendido la profundidad del tema.
AUTOR Aldo Medina Mares Intronauta, acumulador de ideas. Ser anacrónico con complejo de antagonista, mexiquense de nacimiento pero sin identidad nacional. Psicólogo de formación, artista de aspiración, ávido lector de ciencia ficción y fantasía, músico frustrado, filósofo de cantina, metalhead heterodoxo, glotón irremediable. No le gusta el cine ni el pescado.
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