“Target” es una serie de cuentos breves de historias sobre participantes de estudios de mercado. Escrita por Florencia Davidzon. Hoy presentamos la historia de Ana.
Filtro de Reclutamiento.
Etnicidad. Hispana/Latina. Sexo. Mujer, Edad. 20 a 35 años, Estudios Técnicos o Superiores. Tipo de Vivienda Rentada. Consumidora: Tés Frutas Tropicales Marca. Indistinto.
Plaza. New York.
ANA
Era lunes, otro día lluvioso y húmedo. Ana llegó a su cuartucho que tenía por hogar en la ciudad de Manhattan y se sacó los zapatos. Se deshizo de su pesada bolsa intentando recuperar su baja presión, pero el calor de ese New York ruidoso y estridente era insoportable. Desde niña Ana temía las tormentas. Había escuchado de boca de un vecino de su Isla que la gente podía ser chupada literalmente por el viento y nunca más aparecía. Su sangre caribeña había resistido miles de vientos y tormentas. No lluvias, ni lluvitas cualquiera. Ella era sobreviviente, una heroína que había padecido lluvias intensas de esas que se llevaban techos y paredes. Sin embargo allí rodeada de rascacielos en la gran manzana sintió miedo. La cantidad de agua que tapaba las alcantarillas, y la fuerza del inclemente temporal le resultaba bien extraño. Además, éste llegaba justo el día en que ella se había quedado sin trabajo. -“¿Qué querrá decir?” pensó alarmada al escuchar el primer estruendo del rayo que rebotó en las paredes de su cubículo haciendo caer la lámpara. Ana atolondrada pero sin dudarlo cerró las ventanas empecinada a que su mini mono ambiente dejara de sacudirse por el peso de su voluntad. Ana estaba pensativa imaginando qué iba a hacer ahora con su vida de desocupada. Contemplaba su agenda con miles de hojas vacías que de forma brusca ahora se quedaban blancas. La orfandad de ocho horas diarias de existencia por resolverse la inquietaban. En ese estado de naufragio absoluto fue invadida por el crujido de un estridente trueno. –¡New York, no era una ciudad de tornados!”, se decía ella intentando auto convencerse. De inmediato se arrepintió. –“Pero no dejaba de ser una Isla”. Y en ese pensamiento cerrado se sintió presa, Era raro que una persona de su edad tuviera tanto pánico. Ese susto infantil de niña que no puede dormir sin la luz prendida. Volvió a escuchar un ruido chirriante. Ana tembló, se le puso la piel de gallina. Se transformó en un pollito, o una pollita desolada queriéndose esconder de ese denso y pegajoso albergue que le costaba 1500u$ por mes. Primero se paralizó. Pero luego se escabulló con determinación alejándose de la ventana, respiraba agitada, hasta que se tomó del mango de su taza de su té. Le dio un sorbo que la contactó con la piña y el mango que la hizo sentirse viva por un segundo. De pronto el viento ganó la partida. Su ventana se abrió. Un aire pesado, sin permiso levantó los papeles de su escritorio haciéndolos volar por todos lados. Ana, con dificultad, logró cerrar la ventana otra vez. Se acercó varias veces al picaportes para cerciorarse de que este quedara totalmente trabado. Luego, y tras recoger el lío de papeles dispersos y mojados volvió, respiró. Puso el último de sus papeles a secar a un costado de su escritorio. Se sorprendió del contenido escrito en ese papel pequeño, el nombre de una paisana que la invitaba a un evento de un focus group y un teléfono. Recordó la promesa de esa compatriota con la que se había cruzado en la tienda de productos latinos. La había invitado para platicar y compartir su Té de piña con mango que acababa de tomar del anaquel… Ana llamó. La atendió la voz de un contestador automático. El viento cruel seguía rugiendo. Pero Ana lo desafió. Tomó fuerza y comenzó con determinación a grabar su mensaje. –“Mi nombre es Ana, llamo porque….” No supo que decir. Luego agregó, -“quisiera participar en algún encuentro…y finalmente dictó con lentitud su número telefónico y colgó. Ana se sintió traviesa, -¡Qué mensaje más idiota! y su ocurrencia la hizo reír. Tanto rió que su carcajada confrontó al viento que por un momento pareció callarse para escucharla con dulzura. Era nuevamente lunes. Otro lunes, pensó. Nadie la había contactado por ningún trabajo, ni nadie había contestado su mensaje para invitarla a ningún evento de estudio de mercado. El papelito mojado que ahora se había secado y estaba descolorido seguía allí. Ella no tenia razón para vestirse, salir, o meterse al metro entre miles de personas. Ni para pasarse sentada ocho horas frente a una pantalla haciendo tareas latosas y predecibles. No tenia nada que hacer. Debería haber tirado el papel de esa paisana, pensó. O tal vez, no debería haber dejado mensaje, ¿debía haber llamado y esperar que alguien humano la atendiera? Decidió hacerlo una vez más. Era lunes, y esta vez una voz de hombre respondió. –“Hola” “…-”Bueno, dijo ella finalmente con timidez, quería saber si necesitaban participantes , en sus charlas, llamo porque una señorita, una señorita de Puerto Rico me invitó una vez, en la tiendita latina, porque compré un té, un té de piña con mango…” Del otro lado un señor con poca paciencia la interrumpió, -“Siempre se necesitan participantes”. Ana se alegró. Se había desacostumbrado a tener una interacción humana por teléfono. Pero su inmensa alegría de inmediato se disipó. No es que la necesitaran ya mismo. La voz del otro lado del teléfono solo se ofrecía a tomar sus datos para tenerla guardada en una base de datos. Ana respondió todo tipo de preguntas; desde marcas de toallas higiénicas preferidas, tipos de presentación de jabón para la ropa y hasta tuvo que tomar coraje para poder hablar con ese hombre desconocido y develarle la frecuencia de uso que le daba a su desodorante. Luego se entristeció, al señor no parecía interesarle nada de sus sabores preferidos de tés, algo que a su paisana había motivado muchísimo. Antes de cortar, el señor le solicitó referencias de amigos o parientes. –“Amigos”, titubeó Ana. ¿Quién? se preguntó –“Déjeme pensar”, dijo. Amigos, amigos como sus amigos de la Isla, no tenía. Solo un manojo de relaciones efímeras, personas con las que no podía contar. ¿Amigos? Volvió a preguntarse. Nadie, se respondió con amargura. Ningún ser, ningún alma iba a salir a buscarla si desaparecía en esa ciudad. Ni preguntar por ella si un viento la chupaba de su estudio en una noche de tormenta. Tragó saliva e impostó dicha para seguir conversando, tanta dicha acumuló en su conversación que se la creyó. Se puso alegre, estaba sinceramente contenta de estar hablando con ese extraño hombre. Feliz de tener existencia, de ser alguien. Ser base de datos. Un ser que merece ser guardado, un ser que tiene valor por si las dudas, por si se necesita. Pero no se lo dijo al señor, solo le agradeció y luego le mintió con esmero. –“Si me invita a participar en algún estudio ahora en esta misma semana yo podría referirles más de diez amigos”. La voz de hombre monótona del otro lado de la línea se volvió más eufórica, -“Diez amigos, ¿tienes diez amigos?”. Finalmente la voz le prometió comunicarse en breve nuevamente con ella. Ana colgó. Abrió su computadora para seguir buscando trabajo como venía haciendo religiosamente hace días, aunque ya sin tanto entusiasmo. No lograba retener a su mente quieta, esta se distraía pensado en las conversaciones que tendría con desconocidos mortales sobre su milagroso aceite en aerosol, sobre el aromatizante violeta de su inodoro. La pantalla de su computadora entraba en estado de protección mientras su mente viajaba, se perdía y enredaba en la historia inverosímil que tuvo junto a su trapeador nuevo que nunca logró entender cómo se usaba y funcionaba para dejarse escurrir. Movía el ratón para navegar, la pantalla volvía a activarse pero su mente viajaba más rápido que la banda ancha que igual no encontraba empleo para ella. Su mente navegaba deprisa sin importarle que internet se detenga. El viento amenazante volvía a soplar. Una tormenta malvada se avecinaba. Esta vez la luz se apagó por completo. La ciudad fue invadida por un silencio sordo. Unas pocas sirenas de policía se dejaron oír de forma intermitente. Pero Ana, ya no temblaba, había perdido el miedo. -¡Qué venga el huracán! ¡Qué venga! Se reclinó en su silla debajo de esa absoluta oscuridad a esperar. Se dedicó a saborear su té de piña con mango. Necesitaba que volviera la luz para que este señor se comunicara con ella. Sentía el dulzor del mango revuelto con el agridulce de la piña mientras disfrutaba del ruido de la lluvia golpear el asfalto. Ana existía en una base de datos, el señor se lo había dicho y mientras eso pasara su teléfono podía sonar en cualquier momento. FIN.
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