Hace poco leí aquí mismo en roastbrief una muy buena pieza que describía la enorme complacencia -mal entendida- de las agencias hacia sus clientes y como en el afán de no “contradecir” a quien nos dio la cuenta o proyecto, terminamos vulnerando nuestra profesión publicitaria y transformándola en un simple vehículo de las ocurrencias de quien paga la cuenta. Lo que describía el colega en su artículo me llegó, me hizo compartir su pensamiento y además, elaborar un poco más al respecto ya que lo he vivido desde diferentes circunstancias y posiciones. Hace no mucho escribí una campaña para una entidad de alcance nacional, cuyos recursos dependen del gobierno. Desde aquí ya se lo que están pensando: fue una pesadilla. Se quedan cortos. Para no extenderme en detalles que con facilidad se pueden confundir con quejas o mentadas, les diré que fui brifeado, investigué, escribí, y presenté un concepto creativo y estratégico de campaña que me dejó contento. Fiel a mi sistema de trabajo, me esforcé por crear una plataforma sólida, coherente y fresca de comunicación de acuerdo a las necesidades del proyecto. Resultado: el cliente quedó muy contento. Se dispensaron las felicitaciones y sonrisas tanto por el deber cumplido, como por la emoción de transmitir un buen fondo con mejor forma. Lo que siguió, fue una serie larga y dolorosa de ajustes, cambios y revisiones por una cadena de mando infinita que cuando parecía terminar solo volvía a empezar. Cantidades industriales de ejecuciones fueron propuestas hasta encontrar la que complaciera a una veintena de voces con aparente poder de decisión, hasta que por fin, todas las ejecuciones de campaña fueron aprobadas. Pero ya no era la campaña presentada. De tanto manoseo, del concepto original quedaba poco ya que de plano resultó imposible mantener su integridad y al mismo tiempo atender las observaciones del cliente. En varios momentos del proceso yo propuse empezar de cero con una nueva idea, porque de la que habían aprobado quedaba poco. Fui rechazado. El dilema en casos como este, es la delgada línea que separa la responsabilidad del creativo, de la responsabilidad del cliente en el producto final. No rehúyo de la misma y lo ideal es que sea compartida y cada parte sea responsable de su campo de acción, pero entonces es ahí donde la línea se rompe y todos son creativos y escriben mejor que los creativos. Parte de nuestro trabajo es proteger al cliente de sí mismo cuando no toma la mejor decisión. Cuando no lo logramos, la culpa es de todos. AUTOR Ramón Romero Director creativo fiel creyente del método. Creo que la ejecución depende del concepto y no al revés. Escribo y comparto porque pienso que intercambiar las ideas es hacerlas mejores. Nací en el norte, estudié en occidente y trabajé en el centro. Una vez filmé una foca caminando en reforma.
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