Muchas cosas han cambiado desde los tiempos legendarios del elocuente (y cínico) Don Draper. Algunas para mal, pero, por sorprendente que parezca, algunas también para bien. Actualmente vivimos en una sociedad que se enfrenta a un sinfín de paradojas, y que se traducen en conductas de mercado que dictan nuevos caminos en cómo empresas, del tamaño que sea, tienen que proceder. Hasta hace no muchos años, cuando los baby boomers eran adultos jóvenes (como los millenials de ahora) se vivía, aparentemente, en un mundo más tranquilo y consciente, sin enajenación tecnológica como la que existe ahora (un punto que ha cambiado para mal, por ejemplo). Sin embargo, al dar un vistazo hacia atrás – un vistazo, sinceramente, incompleto desde mi punto de vista personal porque yo no había nacido, pero que trato de comprender basado en la historia colectiva, e individual también, de quienes sí estuvieron allí – me doy cuenta que, aunque efectivamente se trataba de un mundo con aparente mayor tranquilidad, existían algunas cuestiones que ponen en duda qué tan consciente era la sociedad en ese entonces, y si realmente ahora todo es tan malo como dicen. Haciendo una analogía tomando en cuenta el mundo como si fuera una persona, podemos sacar algunas conclusiones de ello: Hace 40, 50 o 60 años, el mundo era como un adulto joven, es decir: la sociedad había descubierto todo su potencial en cuanto a recursos, economía, etc., y al mismo tiempo, la emoción de ese descubrimiento llevó a la sobreexplotación de ese potencial. Un adulto joven cree que jamás se enfrentará a la vejez o que, en todo caso, falta mucho, y no se preocupa demasiado por ello. El consumo y la producción eran, por tanto, más irresponsable (ni pensar en el término eco friendly o similares, simplemente porque no se creía que el planeta pudiera llegar a estar en riesgo), y las estrategias de mercadotecnia y publicidad podían tomarse la libertad de ser creativos sin ser políticamente correctos o sin pensar cómo iba a afectar al resto de la sociedad esta creatividad. Fácilmente podía tomarse una figura femenina como un objeto y nadie hacía escándalo de ello. Incluso antes de eso, remontándonos a hace 500 años, las guerras sangrientas no eran consideradas una barbaridad, y no eran condenadas, sino alabadas, como dijo Maquiavelo en El Príncipe, “es mejor ser temido que ser amado”. La diplomacia era considerada una debilidad. Siguiendo la analogía del mundo como una persona, hoy en día el mundo sería un adulto algo mayor: empezamos ya a ver que nos enfrentamos a un declive de recursos, a una probable escasez, somos más conscientes de la pobreza, violencia, etc., que se vive. Como una persona que comienza a enfermarse y se da cuenta que después de todo, cuidarse es necesario, pero que sin embargo, aún queda mucha vida. Así, el consumo es más responsable, y la mercadotecnia y publicidad tienden a respetar creencias, grupos sociales, religiosos, etc., sin ofender a minorías. Este cliché de que actualmente todo ofende a todo mundo podría realmente no ser tan malo, ya que se muestra somos más empáticos que antes. A pesar de la demagogia, corrupción, violencia, y otras cosas que siempre han existido y que ahora están más a la vista, la sociedad tiende a mostrar más empatía con las minorías, y, salvo excepciones, somos más conscientes de lo que provocan nuestras acciones en otras personas o en el planeta. No sabemos si es verdad que “estábamos mejor antes”, lo que sí sabemos es que las calamidades están más expuestas que nunca, y aunque podría parecer malo a simple vista, ha generado también el surgimiento de grupos y personas interesadas en contribuir para mejorar el mundo en algún aspecto. No me refiero a que el mundo ahora sea un idilio sin problemas, porque existen innegablemente muchas cosas negativas que ha causado la evolución de nuestra sociedad, sin embargo, creo, con una visión algo optimista, que estamos en una etapa en la que el mundo y la sociedad podrían estar reencaminándose. Imagen cortesía Shutterstock
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