La intuición, una gran virtud del ser humano que cultivamos cada vez menos. Casi un arte, que una vez en marcha es capaz de resolver muchos problemas, sin largos análisis técnicos, y sin interminables debates sobre la magnitud de esos problemas y que cosas hacer para ponerles solución. Hay momentos en la vida en los que involucrarse directamente es imperativo, de repente, sin haberlo programado, un camino tan válido como los otros. Beber del chorro del grifo sin mediación de vasos, o montar un espectáculo callejero improvisado, sin otro motivo que las mismas ganas de hacerlo. No es posible el estar siempre midiendo al milímetro cada posible acción o cada posible respuesta. En en transcurso de la vida, personal y laboral nos encontraremos con numerosas situaciones en las que el mejor camino va a ser lanzarse de cabeza y de corazón. Y no es que pensar así sea de valientes, es de curiosos, y claro, el resultado final es casi el mismo que si fuéramos valientes. La curiosidad es una poderosa fuerza de la vida. Una vida que es un cúmulo de excitantes experiencias en las que darse un buen chapuzón. Innumerables cosas nos perderíamos si a cada momento nos pusiésemos a medirlas antes de hacer nada. El más claro ejemplo de la intuición fue Steve Jobs, los había más técnicamente cualificados y con un mayor nivel puramente intelectual, pero sin su intuición e imaginación no hubiera realizado los logros a los que llegó, él sabía que no hay nada como correr al encuentro de la vida, intentar despegar, y si fallamos, si la cagamos en algo, que sea por intentarlo, por tratar de meternos de lleno, por ver y experimentar por uno mismo, y no por no atreverse a salir a exponernos a las cosas porque se salga del plan previsto. El pensamiento analítico y el control son factores importantes, muchas veces decisivos, y nos hna hecho mucho bien, pero no se va a poder dar ni aplicar en todos los casos, hay momentos en los que dejarse llevar por el instinto. La naturaleza es intensa e imprevisible, no sabe de dosificaciones y medidas, nosotros somos parte de ella, dejemos de vez en cuando de simular que no lo somos. La sobreorganización es un defecto como cualquier otro. No esta mal pensar en las cosas, y trazar un pequeño plan, pero mejor esbozar un argumento general abierto a cualquier giro inesperado, que los habrá a montones, que montar un guión detallado hasta la última coma, que en un soplido se puede venir abajo por completo. Hay que tener afilado el instinto de improvisación, ese que abunda en todo el reino animal, para saber reaccionar a los imprevistos que se salgan del guión y no acabar completamente perdido. Poder bailar al borde del precipicio y reír ante la proximidad de las balas, saber que tienes la fuerza para superar cualquier imprevisto. Hay que dejar trabajar más a la intuición, de la que han salido grandes cosas. Una fuerza que viene de uno mismo y las habilidades que posee, y no de protocolarias programaciones. Imagen cortesía de Shutterstock
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