Como ya sabrán, la tragedia para Youtube y, por ende, para Google comenzó con una nota publicada en The Times acusando a varias marcas de financiar el terrorismo por haber invertido en publicidad digital en los mismos espacios dónde se distribuía o anunciaba contenido extremista; particularmente en videos del Estado Islámico y del Ku Klux Klan. El boicot a Youtube al que hasta ahora se han sumado más de 250 marcas, entre ellas los gigantes transnacionales AT&T, Coca-Cola, Pepsico, Volkswagen, McDonald´s, Starbucks y Walmart, podía costarle a Google, según cifras de Nomura Instinet más de 750 millones de dólares. El problema ha destapado una serie de dudas respecto a la eficacia de la publicidad digital que lleva años siendo cuestionada, entre ellas los complicados algoritmos con los que aleatoriamente se colocan los anuncios y que, después de esto parecen, a todas luces, no ser del todo acertados. Más allá de la relevancia del tema en términos generales, a mí me consterna lo que hay más allá, pues lo que aparentemente era un trabajo periodístico ha revelado tener detrás intereses particulares. Recientemente se ha sabido que quién encontró y difundió los contenidos publicitarios ligados a videos extremistas ha sido un ejecutivo de la firma Global Intellectual Property Enforcement Center (GIPEC) de nombre Eric Feinberg quien, mostró capturas de pantalla de su descubrimiento a diversos medios en Estados Unidos y el Reino Unido. Ello implicó un trabajo previo exhaustivo que involucra codificación específica para encontrar los videos ligados a discursos de odio. Curiosamente, Feinberg patentó el año pasado un sistema para detectar portales, videos y contenido web que incitan a la discriminación, terrorismo y xenofobia. Ahora bien, aunque no minimizo la gravedad del descubrimiento, no deja de disgustarme el fin que movió las redes que atraparon a Youtube en tremenda falla y que tienen a Sillicon Valley temblando… porque no dejo de pensar que el proceder pudo haber sido diferente, en otras direcciones. Queda más que claro que el escándalo representa una gran oportunidad comercial, no sé si para Feinberg, para GIPEC o para ambos, y el mismo Eric reveló en una entrevista, que espera vender su software para ayudar a gobierno y particulares a detectar grupos extremistas. Si el fin último es erradicar el discurso de odio ¿por qué hacerlo perjudicando a terceros? Honestamente desconozco si hubo al menos un intento de “la parte acusadora” de acercarse al interesado previo al boom mediático, pero supongo que de haber sido así, ya lo hubiera comunicado. Y entonces me surge la duda de qué tan válido es aplicar el dicho que reza “de que lloren en tu casa a que lloren en la mía…” porque entiendo que las marcas que pautan deben obtener valor por su dinero, que es un error garrafal, que se tenían que tomar acciones; lo que no entiendo es, perjudicar al de enfrente con tal de sacar provecho propio de las circunstancias. Lamentablemente en nuestra industria y en prácticamente todas, es cada vez más frecuente y eso nos muestra cuán deshumanizados estamos y cuántos escrúpulos se pueden dejar de lado a causa de la ambición.
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