El escritor estadounidense Henry Miller escribió: Mi única duda es saber si Estados Unidos acabará con el mundo o si el mundo va a acabar con Estados Unidos. Si tomamos en consideración las últimas decisiones del gobierno de ese país que encabeza, o mejor dicho descabeza, el señor Donald Trump, la duda que Miller tenía se resolvería de inmediato; es decir, el mundo va a acabar con Estados Unidos. Lo anterior es fácil de suponer, pues cómo se le ocurre a un país donde el consumismo es pieza clave de su economía, querer echar a los millones y millones de consumidores que conforman la comunidad de inmigrantes mexicanos, quienes año con año llenan sus trokas con todo tipo de mercancías que traen o mandan a sus lugares de origen; por otro lado, Trump, a quien le encanta firmar órdenes ejecutivas para poder sentirse presidente, también ha endurecido las políticas para los turistas que desean entrar de forma legal a gastarse sus más de 40 mil millones de dólares anuales. Pero la cosa no para ahí, al recién estrenado gobierno americano también se le ocurrió pedir a las empresas gringas instaladas en México, que retiraran sus inversiones bajo la amenaza de que si no lo hacían pagarían una gran cantidad de impuestos, tal es el caso de Ford Motor Company, quien fue el primero en cancelar una inversión de mil 600 mdd y quien ahora asegura —el miedo no anda en burro y menos cuando de perder clientes se trata— no ha abandonado a México. La realidad es que las empresas van a donde están los consumidores y los consumidores ya no van a estar en los Estados Unidos si Trump sigue insistiendo en echar a todo aquel que no sea “americano puro”, si sigue ahuyentando a los turistas, pero sobre todo si continúa haciendo que el American way of life sea odiado por todo el mundo. El meollo del asunto radica en que si se logra consolidar Trumpistán como la nación donde sólo los blanquitos y verdaderos americanos podrán vivir, es imposible no preguntarse ¿cómo lo harán?, ¿sólo entre ellos tendrán comercio?, ¿serán vendedores y consumidores? Obvio que estas preguntas resultan ridículas, pues como bien dice la canción de Los Tigres de Norte El otro México: “¿quién va a sapear la cebolla, la lechuga y el betabel? / El limón y la toronja se echarán todo a perder / y los salones de bailes todos los van a cerrar, porque si se va el mojado ¿quién va a venir a bailar?” Así de sencillo, los gabachos ya no pueden prescindir ni de la mano de obra ni mucho menos de los consumidores mexicanos, que está de más decir han sido los embajadores de las marcas gringas en México. Quien conoce y ha platicado con un “mojado” seguramente éste le contó, antes de que llegarán a México, de los Mc Donalds, los Starbucks, del Costco… Es decir, comenzó a hacerles publicidad, por eso cuando esas marcas se instalaron en territorio nacional el consumidor mexicano las recibió calurosamente, pues ya les habían platicado tanto de ellas que se morían de ganas por conocerlas. Así como los güeros no pueden prescindir de los inmigrantes, para los mexicanos es imposible prescindir de las marcas gringas. Todo ese nacionalismo de compra sólo a empresas mexicanas no es más que orgullo mal entendido, pues resulta ridículo pensar que Bodega Aurrera sigue siendo mexicana o que comprar en la tiendita de la esquina tus Corn Flakes es apoyar la economía nacional. Lo que realmente tendrían que hacer los consumidores mexicanos para demostrar su poder a las empresas trasnacionales y apoyar a las marcas mexicanas y por consiguiente fortalecer la economía del país, es exigirle, por ejemplo a Grupo Walmart —dueño de Bodega Aurrera— que los productos que se comercializan dentro de sus empresas sean principalmente de marcas mexicanas; pero esto es sólo un sueño, porque suponiendo que fuera posible, aun así el consumidor mexicano al estar frente al anaquel seguramente preferiría comprar avena Quaker en vez de avena El Patito… Con este pequeño ejemplo queda claro que para el consumidor es más importante la marca que el orgullo nacional o ¿por qué la selección mexicana usa una playera de la marca Adidas en vez de una de la orgullosa marca mexicana Atlética? Lo único claro es que a estas alturas querer castigar a las empresas y marcas gringas con nuestro desprecio es como escupir al cielo, pues basta con hacer un examen de conciencia con nuestra despensa para darse cuenta en realidad de cuántos productos de marcas 100% mexicanas compramos. Alain Badiou dice: la inmigración es algo muy favorable. Imagine un obrero de origen senegalés: por un lado participa de la vida francesa; por otro, no forma parte de la antigua historia de la nacionalidad. Son europeos, europeos nuevos, un poco como los inmigrantes que hicieron los Estados Unidos o la Argentina. Igual pasa con los productos y marcas que llegan a México, por un lado participan de la vida mexicana; por otro, no forma parte de la antigua historia de la nacionalidad. Son mexicanos, mexicanos nuevos… Así que en lugar de sentir mancillado el orgullo nacional por las tan publicitadas órdenes ejecutivas de Trump, mejor deberíamos estar exigiendo al simpático presidente que tenemos que comience actuar y sobre todo a crear verdaderas políticas y reformas que favorezcan y apoyen a las empresas mexicanas que no son de sus amigos, porque con lo que está haciendo muy probablemente a México le va a pasar lo mismo que Aurrera y muy pronto formará parte de Grupo Trumpistán y eso si nos va a doler más que una patada en el trasero.
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