El Día de la Marmota es el 2 de febrero. Es decir, fue la semana pasada. Es una buena excusa para volver a disfrutar la extraordinaria película “Groundhog Day” (“El Día de la Marmota”, conocida en español con el imbécil título “Hechizo del tiempo”). La dirigió Harold Ramis y se estrenó en 1993. Como todos saben, la trama de la película es esta: un meteorólogo de la televisión, Phil Connors (Bill Murray), es enviado al pequeño pueblo de Punxsutawney, Pensilvania, EE.UU., a cubrir el Día de la Marmota; ese día se realiza una ceremonia bastante pavota en la que una marmota “anuncia” si llega la primavera o si habrá seis semanas más de invierno. Connors es un tipo muy desagradable: cínico, egocéntrico, vanidoso. Durante su día en Punxsutawney, desprecia a su equipo de producción y a los lugareños, y termina su trabajo lo más rápido que puede para rajarse cuanto antes. No puede: una tormenta se lo impide, y debe pernoctar en el pueblo. Pero cuando despierta al otro día, no es otro día. Es el mismo. Connors vuelve a vivir una y otra vez el mismo día hasta que, digamos, “aprende la lección”, se convierte en un mejor tipo y llega al día siguiente. Hasta aquí la historia. Lógicamente, se elaboraron varias teorías sobre la película: por qué le pasa eso a Connors, qué es lo que lo hace repetir ese día una y otra vez, por qué logra zafar al final, etc. El filme no lo explica, aunque hoy se sabe que en las primeras versiones del guion las razones de la reiteración del Día de la Marmota quedaban establecidas desde el principio; resulta que una despechada ex novia de Connors le echaba una maldición que lo condenaba a vivir el mismo día hasta que se portara mejor. Por suerte esta explicación ramplona de la odisea del protagonista no quedó en la película; que no haya una explicación la hace, en mi opinión, mejor. De todas estas teorías sobre “Groundhog Day”, la que me parece más interesante es la interpretación de la película como una parábola cristiana, o judeo-cristiana, para ser más precisos. Esto es, Phil Connors está en el Purgatorio. Literalmente, purgando sus pecados. Hasta que no lo hace, no podrá acceder al paraíso: la concreción de su amor por Rita (Andie MacDowell), con quien incluso planea quedarse a vivir en el pueblo. En el cine norteamericano, esto es más común de lo que se cree: la mismísima “Terminator” puede ser vista como la trama principal del Nuevo Testamento. Un ángel (Reese) embaraza a la Virgen (Sarah Connor) para que esta dé a luz al Mesías que salvará al mundo (John Connor, cuyas iniciales, ya que estamos, son las mismas de Jesucristo, y también de James Cameron, director de la película).
Como para apoyar esta interpretación e incluso llevarla más allá, mientras veía de nuevo la película me di cuenta de otra cosa. Como no podía creer que nadie más lo hubiera notado, lo busqué online y, en efecto, descubrí que hay cuatro o cinco enfermos que también lo advirtieron. ¿De qué se trata? Simple: durante su obligada estadía en Punxsutawney, Phil Connors comete los siete pecados capitales. Este hecho parece estar sugiriendo que Connors no está en el Purgatorio, sino en el Infierno. El protagonista atraviesa estos pecados (círculos del Infierno, según Dante) hasta pasar el Purgatorio y de allí al Paraíso. Desde luego, las maneras en que Connors incurre en los pecados son muy diferentes; algunas divertidas, otras no. Veamos:
- Gula. En una de las escenas más memorables de la película, Connors, ya resignado a vivir ese día para siempre, se come todo lo que hay en el restaurante del pueblo. No solo come, sino que engulle con fruición tortas, pasteles y donas, y hasta toma café directamente de la jarra, ante el asombro y el disgusto de Rita. Algo más: hoy la gula se identifica con el consumo excesivo de comidas y bebidas, pero en el pasado la definición de gula incluía cualquier forma de exceso. De acuerdo con esto, casi todos los comportamientos de Connors pueden caer bajo esta definición.
- Lujuria. El pecado producido por un deseo sexual desordenado e incontrolable. El protagonista aprovecha la repetición del mismo día una y otra vez para fingir ser un ex compañero de colegio de Nancy Taylor (Marita Geraghty) y así levantársela; en otra secuencia es abofeteado varias veces por Rita cuando la quiere besar.
- Codicia. Es también un pecado de exceso, pero solo aplicado a la adquisición de riquezas, y en particular cuando la codicia (o avaricia) inspira al pecador a cometer actos de violencia como robos o asaltos. En otra escena memorable, Connors se roba una bolsa de dinero de un camión de caudales; luego aparece con un auto espectacular, vestido como Clint Eastwood en un Western y yendo al cine con una joven y bella chica.
- Pereza. Es un pecado medio raro este, porque la pereza o el ocio en sí mismos no son pecaminosos según la Biblia, pero sí lo es una especie de “tristeza del ánimo” que aparta al creyente de las obligaciones espirituales o divinas. Está claro que Connors incurre en todas estas faltas: pasa por períodos de depresión y también de pereza como hoy la conocemos, ya que en algunos momentos del filme su aspecto desaliñado delata que se ha estado dedicando al ocio. Sus repetidos intentos de suicidio (otro pecado, ya que estamos) pueden caer en este punto o en el siguiente.
- Ira. Connors muestra en varias secuencias sus sentimientos de odio y enojo. Secuestra a la marmota en una camioneta robada, maneja un auto violentamente por las vías del tren, destroza en varias ocasiones su despertador, insulta y amenaza a varias personas, golpea -no sin razón- al vendedor de seguros Ned Ryerson (Stephen Tobolowsky).
- Envidia. En determinados pasajes de la película, Connors expresa su envidia hacia aquellas personas que no están el tanto de la repetición del Día de la Marmota, en particular al camarógrafo Larry (Chris Elliott). La envidia se define como un deseo insaciable por poseer algo que alguien más tiene; en el caso de la película, es la posibilidad de despertarse al día siguiente.
- Soberbia. Según parece, la soberbia (u orgullo) es considerado como el pecado original y más serio, ya que de él derivan todos los otros. Se trata del deseo de ser más importante que los demás; Milton dice que Lucifer cometió este pecado por querer ser igual que Dios. Y esto es exactamente lo que hace Connors en otra escena en el restaurante: “Soy un Dios”, le dice a Rita, basado en el hecho de que sabe todo lo que sucedió y va a suceder, y conoce a todas las personas allí presentes.
Así es como el protagonista de “Groundhog Day” desfila por los siete pecados capitales. La duda que me queda es, ¿los creadores de la película elaboraron esta serie de escenas de manera intencional? ¿O su inclusión les pareció lógica sin haber razonado jamás que estaban representando los siete pecados? Vaya uno a saber; los caminos de los artistas son inescrutables. Como dijo la escritora británica Margaret Drabble: “Si supiera el significado de mis libros, no me habría molestado en escribirlos”. Si tienen ganas, vuelvan a ver “Groundhog Day” y verifiquen si tengo razón con este aparente delirio de los siete pecados capitales. Y si nunca la vieron, háganlo ya: la película es tan buena que no haberla visto es un pecado.
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