Según el Diccionario de la Lengua Española el populismo es aquella tendencia que pretende atraer a las clases populares, en otros términos, el discurso populista busca la validación de un sector de la sociedad civil que, con frecuencia, sufre o cree sufrir la exclusión, a quienes se consideran, a menudo, parte de la denominada clase obrera o simplemente pobres. No han sido pocas las veces que he escrito sobre el marketing dirigido a lo que los griegos llamaban: “los muchos”, tiende a ser un marketing bastante simple, poco costoso, no muy inteligente, más bien franco, al punto de parecer desagradable, sin embargo y aunque nos parezca así, muchas marcas tienden a favorecerse mucho de éste tipo de marketing, es un segmento de la población muy grande y aunque su poder de compra es bastante limitado, tienden a gastar más que otros segmentos. Aclaro, no es lo mismo invertir que gastar, generalmente otros segmentos de la población buscan invertir cuando compran algo, los segmentos D y E gastan más, hay en la mayoría de los países del mundo toda una economía popular, una red no muy compleja que satisface las demandas de ese mercado, las marcas que logran entrar en esa red crecen bastante; un ejemplo claro es la cerveza, todas las marcas de cervezas y en general licores, sobre todo aquellos más populares, pugnan por hacerse del control de esos segmentos y para lograrlo no hacen grandes inversiones, en la mayoría de los casos entran en la red, un abasto local es suficiente, una barra en el estadio de Béisbol y listo. Del mismo modo que las marcas saben ser populistas, conversando en el lenguaje que las clases populares entienden, así mismo muchos políticos, con demasiada frecuencia en Latinoamérica pero no con carácter de exclusividad, han usado y abusado del populismo, Estados Unidos durante más de un siglo construyó las bases de una clase política, una élite gobernante, muy bien preparada en las mejores universidades del país, entrenada en el arte de la gestión pública; pero todo eso ha claudicado ante el populismo, con el ascenso del nuevo presidente al poder, queda demostrado que las clases populares compran sin pensar, gastan. Una campaña agresiva, un discurso beligerante, suele ser bien visto por aquellos que no tienen la oportunidad de expresar su descontento de forma racional, sino a través de las pulsiones, aquellos que son proclives al insulto y la descalificación, si ese discurso tiene como mensaje esencial el quitarle algo a otro que tiene mucho para darlo a otro que tiene poco o nada, entonces es más aclamado, pues refuerza la actitud característica del sumiso, no esforzarse para lograr sus ambiciones, sino expoliar a otros para aproximarse a sus deseos, aunque sea por un instante. El marketing político funciona, como también he dicho numerosas veces, para aclarar los panoramas sociales, para construir puentes, para hacer visibles realidades complejas y encontrar soluciones en una oferta electoral convincente, pero también funciona para construir ilusiones, para aprovechar sentimientos o ideas deformadas sobre determinado asunto y beneficiarse de la retórica censuradora, recriminadora y hacer creer a otros lo que no es; casi siempre esto segundo termina, por su misma naturaleza, por deshacerse, la propaganda nazi no pudo durar ni ser lo suficientemente convincente cuando los bombarderos y las tropas rusas entraban a Berlín, es decir, cuando el barco hace aguas no hay más remedio que asumir verdades. La era que comienza, los próximos cuatro años, serán complicados, un enorme desafío para todas las personas que no acostumbran gastar, sino invertir cuando compran, pero también, podrían servir de lección para aquellos que se dejan embaucar tan fácilmente, esperemos, solo la fuerza de los hechos, lo dirá. Imagen cortesía de Shutterstock
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